“Se van a hacer unos planitos de ustedes a la
expectativa, o sea que hagan como si les interesara mucho”, dijo uno de los
productores del programa. En ese momento me convencí completamente de que la
televisión es una farsa y me entristecí un poco. Pero luego reflexioné y
concluí que, de no ser así, este medio ya hubiera quebrado.
La semana pasada estuve en una de las grabaciones de
las audiciones de Colombia TieneTalento, porgrama concurso que se emitirá desde
mayo por el Canal RCN. Lo primero que sentí cuando llegué al último piso del
lugar, donde tuve que hacerme porque no había más puestos libres, fue un aire
caliente y espeso, que envolvía un olor intenso a sudor. En el primer piso, en
medio de todos los que allá estaban, se veían los jurados: tan perfectos, tan
pulcros; tan bien vestidos, tan decentes; tan quietos como quien no se mueve
para no untarse de aquello que lo rodea.
Al frente estaba el escenario, lugar en el que los
concursantes hacían sus presentaciones y recibían, la mayoría de las veces, los
comentarios sarcásticos, odiosos y ofensivos de Alejandra Azcárate, Jose
Gaviria y Paola Turbay. Más de los dos primeros que de la última. Además,
también se paseaban por la tarima una cantidad de miembros del equipo técnico,
quienes se encargaban de que todo estuviera perfecto antes de que la claqueta
se cerrara y de que uno de los productores diera la señal de “aplaudan”, justo
para empezar la grabación.
Vi tan solo un par de presentaciones antes del receso
casi eterno que se tomaron los tres jurados. Durante este tiempo se repartió un
refrigerio a las personas del público y se hicieron varios concursos para
mantener entretenida a la gente. Un presentador rolo, con un sentido del humor tan
pésimo como solo los rolos pueden tener, fue el encargado de tener “animados” a
quienes esperábamos que las grabaciones iniciaran de nuevo.
Momentos antes de que los jurados hicieran la entrada
triunfal y regresaran a sus sillas, se grabaron una serie de acciones protagonizadas
por el público: “vamos a hacer aplausos levantándonos, con toda la euforia, ¡qué espetáculo tan bueno!”, ordenó un
productor; “unas risas, así sean fingidas, pero ríanse”, indicó después. Las
tomas se repetían tres veces cada una y fueron nueve en total. La mayoría de
personas, cual robots manejados por el equipo de producción del programa,
obececía a todas las órdenes dadas.
Las grabaciones se reanudaron casi dos horas después,
cuando regresaron los jurados. Se presentaron más concursantes, uno cada más o
menos 20 minutos porque el equipo de producción necesitaba tiempo para reordenar
el escenario. Ya aquí estaba lo suficientemente decepcionada de eso a lo que
equivocadamente se le llama Reality Shows, pero algunos comentarios de los
jurados lograron fastidiarme más. Me consuelo un poco si pienso que ellos
también están medio libretiados y que deben ser tan crudos y ofensivos porque
es eso lo que despierta el morbo de la gente y eleva el rating.
Me fui del teatro con un poco de tristeza, con un poco
de fastidio; con la firme conclusión de que la “realidad” en la televisión no
es más que una puesta en escena. Y como generalizar es tan sencillo, salí
también con muchas razones para argumentar por qué no veo televisión.