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viernes, 3 de febrero de 2017

El hombre

Al hombre lo conocí los primeros días de marzo del 97. Mil ochocientos gramos, cuarenta y nueve centímetros. Piel trigueña. Escaso cabello. Justo en ese momento, a mis cuatro años y medio, supe lo que era el amor a primera vista. Desde aquel entonces me ha pasado dos veces más.

Con los hermanos menores uno aprende lo que es amar con todas las fuerzas. Lo aprende una vez y lo practica todos los días de ahí en adelante sin ningún esfuerzo, más bien como algo natural. Son una suerte de regalo del universo que no todos, lastimosamente, pueden recibir. Pero para ellos habrá otras recompensas, seguro que sí.

Al hombre una vez lo tuve que sacar de un baño del colegio porque se había encerrado a llorar por una niña que tendría, si mucho, los mismos ocho años que él. Y entonces yo, que hasta ese momento no había vivido la primera decepción amorosa, pensé en las palabras que tal vez pronunciaría algún adulto y me dispuse a sacar a mi hermanito de tan terrible pena: que eso se le iba a pasar, que no llorara por una mujer, que todo iba a estar bien. También le dije, con el perdón de la susodicha que era una monita preciosa, que no llorara por esa estúpida. Con esas palabras un tanto improvisadas pero llenas de amor logré que saliera de esa cueva de los lamentos de la que ningún profesor había podido sacarlo.

El hombre ahora ya tiene casi 20. Blanco, de espalda ancha y barba dispareja, desde hace varios años descubrió que su pasión y su talento estaban por el lado de la música. Del piano, para ser más exacta. Y desde esos tiempos empezó a pensar también que quería hacer su vida en otro continente. Europa se convirtió en su mejor opción.

A los 14 años, el hombre ahorró con mucho esfuerzo un poco más de dos millones y se compró su primer piano. Desde ahí no paró de tocar día y noche, provocando a veces el desespero de algunos vecinos y de toda la familia al tiempo que nos despertaba un enorme orgullo por su perseverancia.

El hombre empezó a aprender francés, luego ruso y luego alemán. El inglés, por los laditos. El hombre es un duro para todo lo que se logre con dedicación. Y ese todo, creo, es todo en la vida. El hombre es un duro para la vida.

Se me arruga el corazón cuando hago este recuento. El hombre, dentro de algunas horas, se montará en un avión que lo pondrá a miles de millas de distancia. Alemania es su destino.

No sé cómo lo vaya a ver la próxima vez que pueda hacerlo: tal vez tenga ya el cabello largo y la barba poblada. Tal vez en ese momento me huela a europeo. O tal vez siga siendo así como es ahora. No lo sé.

Solo sé que el hombre me va a partir el corazón mañana que se vaya. Pero sé también que me lo va a sanar de inmediato con la alegría y el orgullo que me produce que esté cumpliendo sus sueños. El hombre es un duro para todo lo que se logre con dedicación. Y ese todo, creo, es todo en la vida.