1. Me gustan las flores
Crecí
escuchando a mamá decir que las flores eran para los muertos. A ella no le
gustan, creo. No las considera un buen regalo y solo quebró su ley cuando me
compró un ramo de rosas rojas por mis 15 años. Calqué ese dicho y durante mucho
tiempo repetí que las flores no me gustaban, que eran para los muertos. Pero no
es así. En el forcejeo interior de mis preferencias ganó la verdad sentida y no
la aprendida. Me gustan las flores. Me fascinan. Quizá no las rosas, pero sí
los girasoles. Me gustan las flores porque le dan vida a la casa, vida a mi
vida; me gustan las flores porque cuando alguien me las regala siento que está
sembrando amor en mí.
2. Si me aman, la aman
Tengo una
hija de cinco años. No me valen los discursos de lo malo que es humanizar a una
mascota, que es una animal y no una niña, los sermones de “mire, Lina, esa
perra tan malcriada”. Es mi hija. Punto. Hay días en los que el único ser al
que veo desde que me levanto hasta que me acuesto es a ella. Compartimos el
desayuno, la salida al parque, las caricias en la cama, las siestas, las
noches, las lágrimas que a veces me lame, los momentos en los que ella duerme a
mi lado mientras yo estudio o escribo. Compartimos la vida y yo estoy feliz de
haberme cruzado con ese pedacito de amor, la última de una caja en la que había
cachorros listos para la adopción. Si alguien me quiere, debe querer a Stefi.
Aceptar mi relación con ella. No pretender cambiarla. No decirme nunca que la
lleve a dormir a la sala.
3. Coqueteo con cuentos
Como amante
manifiesta de la literatura, una de mis estrategias frecuentes para entablar
una relación más cercana con alguien es compartirle un cuento que me guste
mucho. Sí, coqueteo con cuentos: “te regalo este cuento”, digo. Y envío un
enlace por WhatsApp. Por lo general empiezo con Conejo, de Alberto Chimal. Si
la cosa fluye pueden seguir Pollito Chicken, de Ana Lydia Vega, o La
Composición, uno bellísimo de Skármeta. A veces, alguna de las instrucciones de
Cortázar. En un nivel más avanzado regalo mi crónica favorita: Fuiste mi
primavera, de Pablo Ramos. Hace poco hice una antología de cuentos
latinoamericanos para una persona a la que creía querer mucho. Me tardé varios
meses escogiendo cada pieza y diseñando la portada. Quisiera tenerla de nuevo.
La antología, claro; no la persona.
4. Parezco ruda, pero no lo soy
Es difícil
autodefinirse. Aquí va un intento: La seriedad que caracteriza un primer
encuentro conmigo no es un indicador de las sustancias inalterables que me
componen. Soy seria, sí. Algo tímida. No me abro en la primera conversación.
Quizá tampoco en la segunda ni en la tercera. A mis veintitantos años estoy en
proceso de aprender a mostrar mis vulnerabilidades sin sentir que me estoy
inmolando. Ahí voy. Me gusta que me abracen y que la otra persona ponga mi cara
sobre su pecho. Que me escuchen, que me cuiden. Que me desenreden el cabello.
También estoy en proceso de desmitificar el amor romántico. En eso tal vez no
voy tan bien.
5. Tengo relaciones rotas
Con papá,
por ejemplo. Nunca nos entendimos en el nivel en el que deben estar un padre y
una hija. Cuando era muy chiquitita, él me veía y yo me sentía vulnerable y
desprotegida. Crecí y fui yo la que empecé a orientar algunas decisiones en
casa. Tener la relación rota con papá es algo tan frecuente como jodido para
muchas mujeres. Ese vacío se filtra en otros espacios de la vida y arde, muchas
veces arde.
6. Dudo
No soy
siempre lo que Google dice de mí cuando alguien escribe mi nombre en el
buscador. Dudo. Caigo. Soy más que premios, reconocimientos y artículos
publicados en un periódico. Soy más que fotos sonriente y redes sociales en las
que la vida es perfecta. Dudo. Lloro. Me da miedo que una cucaracha se entre al
apartamento. Me da miedo pensar que los seres que amo algún día se van a morir.
Dudo. Temo. Me da miedo hacerle daño a la gente o que me lo hagan o que nos lo
hagamos.
7. No estaba embarazada
Cuando
tenía siete años, mi panza parecía la de una niña con una dieta de ponqués al
desayuno, alpinitos al almuerzo y nucitas a la cena. Era delgada, pero esa
protuberancia estomacal me hacía ver un tanto extraña. En la tienda de la
esquina atendía Mery, una señora diez veces más voluminosa que yo a la que le
gustaba sobarme el abdomen y decirme tres palabras que odiaba: “¿Usted está
embarazada?”. No sé cómo se atrevía a preguntarme eso. No sé por qué le causaba
tanta gracia hacerme sentir mal. No, Mery. No estaba embarazada.
8. Odio escribir
Me paro, me
siento, dibujo, rayo, me muerdo las uñas, camino de un lado para otro, hago
carteleras, tomo agua, agua, más agua. Escribir no se trata de sentarse frente
a un computador y recibir la iluminación divina que dicta las palabras antes de
poner un punto final. Odio escribir. A casi todos mis textos les meto el alma y
por eso soy tan exigente. Lejos de lo valiosos que puedan resultar para otras
personas, para mí son como un parto semanal. Y cuando los veo, tan bellos y tan
valientes, impresos en la página de un periódico o publicados en un blog, solo
siento gratitud y felicidad. Le robo la frase a Dorothy Parker: Odio escribir,
pero amo haber escrito.
9. Les daría un riñón
Si algo
bueno hicieron papá y mamá fue criarme junto a mis hermanos como un gran equipo
para afrontar la vida. Si nos peleábamos, mamá nos amarraba las manos y no nos
soltaba hasta que fuéramos amigos de nuevo. En las discusiones, cada uno tenía
oportunidad para exponer sus molestias. Cuando les hacía maldades, la risa me
duraba cinco minutos y el remordimiento, toda la vida. Hace poco les pregunté a
los tres que si ellos me donarían un riñón en caso de que lo necesitara para
vivir. Estoy bien, no lo necesito. Solo quería tantear ese amor. Todos dijeron
que sí. Yo también haría lo mismo. Sin duda, les daría un riñón.
10. No sé nada de nada de nada
¿Cómo se
construye lo que uno no conoce? Mi discurso más reciente es que quiero una
relación madura, en la que haya confianza, en la que ambos crezcamos. En la que
se pueda disfrutar la vida. Pero… ¿Cómo se construye lo que uno no conoce? Yo
crecí en una montaña rusa, volando en picos de adrenalina, en un hoy estamos
bien, mañana mal, pasado mañana bien, luego mal. Y así, la vida. La
tranquilidad emocional es un terreno casi inexplorado. En mi búsqueda de paz,
me sigue atrayendo el caos. No sé nada. Quiero deconstruir, revalorar. Quiero
renacer, parirme otra vez, ver el mundo con unos ojos lejos de la convulsión.
Por lo pronto, no sé nada.