La protagonista del acto más
reciente de amor que tuve con un animal fue una polilla que se estaba ahogando
en mi propia orina. Salía yo de la clase de natación y me dieron unas ganas de
ir al baño que no podía aguantar. Un baño sucio, dos baños sucios… el tercero
por fin estaba limpio pero tenía una particularidad: había un bichito en el
agua que parecía muerto.
Cuando empecé a vaciar mi vejiga
noté que la polillita empezó a aletear. Por más que intentaba salir del agua,
no lo lograba. Y yo seguía orinando, claro, porque orinar es de las cosas más deliciosas
que hay en la vida después de estornudar.
Sin embargo, en un momento se me
ablandó el corazón al ver que seguía en su lucha, así que me armé de valor y
metí la mano para sacarla y ponerla en un lugar en el que
estuviera a salvo. No fue fácil y terminé con todos los dedos untados de chichí, pero la polilla
estuvo fuera de la taza y pudo seguir viviendo con tranquilidad.
Los animales son tan hermosos que el
mundo sería perfecto si nos comportáramos como ellos: justos, nobles, llenos de
amor siempre. Porque amor a todos les sobra, estoy segura. Los rebosa.
Hace poco vi unos videos de ungallinazo al que salvaron cuando estaba a punto de morir. Después de
recuperarse lucía tan lindo, tan radiante… se había convertido ya hasta en un
personaje público con página propia en Facebook.
Ese amor por ellos que me rebosó a
mí también me llevó a tomar la decisión de dejar de comérmelos. Ni vacas, ni
pollos, ni cerdos ni peces. Nada. Nada así antes me muriera por unas costillas
ahumadas, así lo diera todo a cambio de una empanada. Nada porque ellos son más
importantes que mis ganas de llenar el estómago. Nada porque ninguno tiene que
morir para satisfacer mi garosidad.
Y entonces desde ese momento he sido
más feliz. Más feliz cuando los veo, cuando sé que en mi plato de comida hay
menos sufrimiento que antes. Cuando veo historias de gatitos, de gallinazos, de
perros y de zarigüeyas que también han encontrado familias llenitas de amor.
Cuando rescato polillas que se ahogan en chichí. Más feliz cuando siento que
ahora, más que antes, puedo amar la vida.