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jueves, 27 de agosto de 2015

A mi amigo Carlos, en sus casi 30

Tenemos algo en común. Ambos nos comemos las uñas. Apareció frente a mí, literalmente, un jueves del 2009 en el que iniciábamos una carrera universitaria: la primera mía y la tercera suya. En el salón de clases, desde la silla de atrás, pude observarlo muy cómodo en su puesto, mordiéndose los dedos con ímpetu.

Al final de la cátedra se acercó a mí con una actitud de ‘quiero ser tu amigo’. Y entonces le respondí con mi actitud de ‘sí, de una’. Ha pasado ya seis años desde aquella vez. Compartimos otras cuantas materias y unas clases de teatro en las que incluso tuvimos que besarnos. ¡Con qué dificultad me confesó su nerviosismo porque hace rato no besaba a una mujer!

Ambos fortalecimos nuestros vínculos, nos llenamos de momentos agradables y nos enamoramos de una profesión en la que nos estábamos formando. Hicimos fiestas en su casa y una vez jugué guerra de almohadas en la cama de su mamá mientras ella estaba de viaje (doña Orfa, perdóneme). En el 2011 nos aventuramos y nos fuimos de intercambio. Yo, sin un peso. Él, con muy pocos… pero ambos con unas ganas inmensas de conquistar una ciudad en la que las oportunidades parecían ser mejores.

Allá, en ‘la nevera’, fui víctima de sus dotes culinarios: una vez le echó demasiadas 'especias' a la sopa y me puso a ver lucecitas en el cielo por unas cuantas horas. Me animó a probar sus famosos huevos con atún, una combinación que aún me parece incomprensible, y me permitió dormir en su cama todas las veces que no quise ir hasta mi casa para poder dormir un poco más al día siguiente antes de entrar a la universidad. Él vivía al frente.

Hoy está cumpliendo 28. Compañero de batallas incontables, de subidas y bajadas de ánimo, de preocupaciones sin sentido y de inmensas alegrías, Carlos siempre tiene las palabras precisas ante todos los problemas: “No sé qué hacer”. Pero detrás de esa respuesta escueta se esconden un sinnúmero de posibilidades, una gama de opciones para afrontar la vida y una  multiplicidad de caminos para elegir. Y él siempre ha elegido el correcto… porque lo que uno escoge es lo correcto, resulta imposible saber “qué hubiera pasado si”.

A sus ya mencionados huevos con atún se le suman otras pilatunas como huir cuando alguien en la universidad fotografió nuestra venta de sándwiches para delatarnos con los directivos. La señora, con un odio bastante cordial, se disculpó por habernos tomado esa foto. Y entonces Carlos le respondió con la frase más acertada que he escuchado en mi vida: “¡Pues si le da pena entonces no lo haga!”.

En otra ocasión decidimos dejar los pretextos y empezar a hacer ejercicio en un sitio poco convencional: trotábamos por toda la universidad, por los salones, por los pasillos, por las zonas verdes. 

Y escribimos crónicas y vimos películas. Y matamos penas de amores y comimos hasta no poder más.  Y me prestó sus libros y le compartí mis textos. Y así, entre letras, risas y aventuras, formamos algo muy lindo que comúnmente se llama amistad.


Lo conozco tanto que sé que ya está llorando.

¡Feliz cumpleaños, campeón de la vida!