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viernes, 22 de enero de 2016

Prestarle plata a un amigo

Prestarle dinero a un amigo requiere tener la fortaleza de alma para entender que esa arriesgada hazaña puede terminar en toda una tragedia. Requiere ser valiente de corazón para que, en caso de que por líos económicos la amistad llegue a su fin, la nostalgia no se torne en un odio repentino.

Una amistad no debería medirse con números, mucho menos si están antecedidos por el signo de pesos. Lo doloroso de la situación es el poco valor que termina teniendo la palabra de alguien en quien alguna vez uno confió por completo, el desperdicio de promesas que jamás se cumplieron y el juego con una relación que tardó varios años en construirse.

Por supuesto no soy una estudiosa del tema, hoy simplemente hablo desde mi experiencia. Camilo me quedó debiendo una cifra con varios ceros y desde entonces su ausencia en mi vida fue bastante notoria. Se hicieron escasos hasta los saludos por redes sociales y los encuentros esporádicos murieron por completo.

Parecía entonces que esa cifra y su vergüenza por el compromiso incumplido fueran más fuertes que los 14 años que llevábamos siendo amigos, más de la mitad de la vida de cada uno. Era como si alguna vez la persona que había conocido a los 9 años y a quien le había confiado mis tazos en repetidas ocasiones hubiera mutado completamente con la llegada de la maldita adultez.

Nunca apareció ni siquiera para decirme que no me podía pagar, que le condonara la deuda. No fue capaz de responder ni uno de mis mensajes ni de devolverme las llamadas que le hice varias veces. Se desapareció, prefirió incluso cambiar sus rutas para asegurarse de que no nos íbamos a cruzar en el camino.


Me es difícil confiar en alguien que no le otorga valor a algo tan sublime y tan complejo como la palabra. Prestarle plata a un amigo requiere tener la plena conciencia de que se puede sufrir una doble pérdida.