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viernes, 24 de enero de 2014

Los tesoros de la basura

Reciclando curiosidades

Si de algo está seguro Eison es de que un reciclador nunca tiene sueldo fijo. Hay días en los que el material que se recoge es tan poco que a cambio le dan unos mil pesos, así como otras veces pueden ganar muchísimo más, quizás 50 mil. Aunque han pasado dos años desde que Eison dejó el oficio de reciclador-recolector (los que van por las calles recogiendo material reciclable en sus carretas para luego venderlo en las bodegas) y ahora es el administrador de la Asociación de Recicladores de Cali, no olvida todo aquello que vivió durante los 27 años que recorrió la ciudad con la carreta apoyada en los hombros. No olvida, por ejemplo, el día en que la vida le dio un gran golpe de suerte.

“Yo iba por la calle, era un día normal.  Estaba haciendo mi trabajo cuando de pronto me encontré un dije con una virgencita como de este tamaño (unos 3 cm de diámetro), ¡y era de oro!”, comenta Eison, a quien sus compañeros apodan ‘Buñuelo’ por su problema de obesidad. Esta magnífica coincidencia le dejó  480 mil pesos de ganancia, que ya no recuerda en qué invirtió.

Sin embargo, la historia de Eison no es la única. Cada reciclador guarda en su memoria el objeto más curioso que se ha encontrado en la ‘basura’, así, entrecomillado, porque lo que nosotros botamos es lo que a ellos les permite vivir. Sin embargo, no todas las experiencias son tan agradables.

Don Buenaventura Montaño, un hombre negro de unos 60 años, dice entre risas que lo que más recuerda haberse encontrado es “un poco de caca de perro”. Algunos vecinos incautos mezclan las heces de sus mascotas con los desechos ordinarios y hacen que los recicladores se lleven sorpresas poco gratas cuando intentan rescatar material. No obstante, también recuerda que una vez se encontró 30 mil pesos, un billete de 20 y uno de 10, partidos en cuatro pedazos. “Los habían partido con sobre y todo, menos mal yo encontré todos los pedazos y luego los pegué con cinta, porque plata es plata”.

También resalta que uno de los mejores regalos de la gente es la ropa usada que le obsequian. “Mire, todo lo que tengo puesto hoy me lo dieron por allá en un condominio donde yo recojo el reciclaje. La ropa más bonita yo la guardo para fechas especiales”, dice mientras enseña su atuendo.

Luis Horacio Benavides recuerda con picardía aquella ocasión en la que se encontró un par de aretes de oro y los vendió en 680 mil. Su hermano Luis Alfonso no ha tenido tanta suerte, pues lo que más recuerda haber hallado son animales muertos dentro de las bolsas. “La gente bota ratas, gatos y hasta perros muertos, eso es muy común encontrárselo”, dice al tiempo que molesta a su hermano diciéndole que esos 680 mil “se los bebió”.

El ‘cochino’ oficio de salvar el planeta

En la Asociación de Recicladores de Cali nadie se escapa de tener un apodo. Esto lo hacen, quizás, con el fin de divertirse un poco después de las extenuantes jornadas de trabajo, que a veces sobrepasan las 12 horas recorriendo las calles en busca de material reutilizable. Más que por sus nombres, se conocen por ‘Shrek’, ‘Shrek 2’, ‘Llanta’, ‘Cólico’, ‘Buñuelo’, ‘Cochino’, entre otros.

Cochino. El hombre al que le dicen ‘Cochino’, que lleva unos 24 años en el reciclaje, aclara que su apodo es único en la Asociación pero no en las calles. Mientras ellos hacen su trabajo hay muchos ciudadanos, de esos a los que el reciclaje no les da la comida, que los llaman ‘cochinos’, ‘sucios’, ‘desechables’, ‘locos’, ‘drogadictos’ y otras palabras que bajan el ánimo de cualquier mortal.

“Lo que uno hace es no ponerle cuidado a eso porque sabe que está haciendo un trabajo honrado”, dice José Noel, el presidente de la Asociación, quien asegura que el reciclaje le cambió la vida. “Hay muchas personas, sí, que escarban las bolsas y dejan todo regado.  Pero esos no son recicladores, por lo menos no los que ya están asociados. Por eso es que la gente tiene que reciclar desde sus casas y entregar el material a los recicladores encargados de la zona, así evitan regueros”, añade.

Sin embargo, la conciencia ambiental sigue siendo poca. Tanto así que se denigra a aquellas personas que, con su oficio diario, le alargan la vida a la Tierra.

Reciclando curiosidades, segunda parte

De todas las historias, la de Jorge Encizo es quizás la más curiosa. “Le voy a contar algo, usted no me va a creer pero yo me he encontrado hasta fetos humanos en la basura”. A simple vista puede parecer crudo y escandalizador, pero en el fondo, sin querer entrar en un debate sobre el aborto, es la imagen de un país que se niega a dar el paso de garantizar interrupciones dignas de los embarazos no deseados, no solamente en las situaciones estipuladas por la ley sino todas aquellas veces que la madre, como ser autónomo y poseedor de derechos, no quiera que en su vientre continúe gestándose una criatura.

Don Jorge ha dejado los fetos ahí, en la calle, hasta que el carro de la basura pasa y los muele junto al resto de desechos orgánicos que recolecta.

Para contrarrestar esta poco agradable experiencia, Jorge recuerda la vez que se encontró un reloj Ferrocarril Antioquia y lo vendió en 2 millones 600 mil pesos.

Y así, para los recicladores, cada día trae sus sorpresas. Sorpresas en lo que se ganan, sorpresas en lo que les dicen y sorpresas en lo que se encuentran. En conjunto, todo esto hace parte de los tesoros de la basura.

lunes, 13 de enero de 2014

Memorias de cuatro días en la ciudad de las faldas


Parte 1: Tras la pista de los frijolitos paisas

-¿De verdad que no se ha podido comer unos buenos fríjoles?
- Sí, de verdad. ¿Cuándo me invita a su casa?
-(Risas) Cuando quiera, no es sino que diga y yo se los preparo.
(Una señora de unos 34 años y yo, en el Cable Aéreo de Manizales)

A mí nunca me han gustado los fríjoles. Los odio. De hecho, siempre que mi mamá prepara y me toca comérmelos, le sugiero que los licúe para que se puedan tragar más rápido y el sufrimiento sea menor. Sin embargo, los frijolitos paisas son tan famosos que despertaron mi curiosidad, y ya que estaba en Manizales no quise desaprovechar la oportunidad de probar un ‘plataíto’.

Llegué a la capital caldense un miércoles a medio día. Organizamos el equipaje en el hostal y salimos a buscar algo de almuerzo: fríjoles, por supuesto. El tiempo que el mesero se tardó en traer nuestro pedido lo aproveché, entre otras cosas, para rogarle a todos los santos que el almuerzo no me fuera a decepcionar, que los frijolitos estuvieran deliciosos… pero los santos como que también andaban de vacaciones.

No estaban tan feos como para que tragarlos fuera un sacrificio, pero tampoco cumplieron mis expectativas. Unas pepas secas y un poco duras, que de no ser por el rico pollo a la plancha que acompañaba el plato, hubieran sido recordadas como una muy mala experiencia.

Al día siguiente tuve miedo de ser engañada de nuevo. Ante la opción de pedir fríjoles o ajiaco, opté por el caldito rolo que tanto me gusta. Lo que recibí de la mesera fue más bien un caldo de papa, tan aguado como una changua. Mi amigo sí pidió frijolitos, pero su paladar tampoco se sintió a gusto con aquel plato. No me arrepentí de haber ordenado ajiaco. Bien dicen por ahí que “en el reino de los ciegos, el tuerto es el rey”.

Parte 2: Historias de pánico en el Cable Aéreo

-¿Y esto no se mueve cuando está lloviendo?
-Sí, a veces se tambalea pa’ los lados, pero no pasa nada
(Un hombre de unos 30 años y yo, a punto de abordar el vagón)

Además de un medio de transporte efectivo, el Cable Aéreo de Manizales es un atractivo turístico. Tiene cuatro estaciones en toda la ciudad porque aún no se ha culminado el proyecto, y es magnífico para divertirse en esas tardes en las que uno no tiene nada qué hacer.

Monté por primera vez el jueves en la tarde, y me di cuenta de que es un lugar perfecto para escuchar historias. Estaba aterrorizada porque justo antes de subirme al vagón se soltó un gran aguacero. Me imaginé, quizás, que un rayo podría partir una de las cuerdas y ocasionar un accidente. Con el corazón un poquito acelerado, di el paso que me llevaría a dar un paseo por el cielo.

El paisaje terrestre lo conformaban los techos de las casas del sur de Manizales. En determinado punto, los techos se convertían en eucaliptos alrededor de un río, el Río Chinchiná.

-Imagínese que hace poco ese río se salió y se llevó un poco de amanecederos que había por ahí.
-¿Y se murió mucha gente?
-No, menos mal que era domingo. Solamente se desapareció un señor, un vigilante. A él nunca lo encontraron.

Ese pedazo de bosque separa Manizales de Villamaría, un pueblito al sur de Caldas. El Cable Aéreo comunica estos dos lugares gracias a una línea que se inauguró a principios de este año y que permite ahorrarse cerca de 40 minutos de viaje en buseta, por los mismos 1500 pesos.

Parte 3: Historias de pánico en el Cable Aéreo – Capítulo 2

-Abuelita, ¿y usted es que tiene miedo que se me aferra?
-¿Miedo?, no. Al principio sí me daba, ahora ya no.
(Una niña y su abuelita, quien le estaba clavando los dedos en la pierna)

Monté en el cable por segunda vez el viernes en la noche. Antes de subirnos al vagón, supimos que el sistema estaba fallando porque se detuvo un momento. Arrancó de nuevo y nos montamos.

A mitad de camino, entre Manizales y Villamaría, una falla hizo que el vagón volviera a detenerse, pero esta vez encima de un gran vacío. Por el impulso que llevaba, se tambaleó un par de veces y causó pánico en sus ocupantes.

Este leve incidente, que se solucionó minutos después, fue el tema de conversación de ese día y el siguiente en los vagones del cable. Las veces que me subí el sábado no escuché otro cosa que no fuera esa.

-La semana pasada también se paró un rato. Una señora me preguntó “¿Usted lleva miedo?” y yo le dije que no. En la siguiente estación, ella fue la que dijo “Pues yo sí llevo miedo y me bajo aquí, hijueputa. Voy a tomar un taxi”.
(Un hombre de unos 50 años, recordando la tragedia de la semana anterior)

No obstante, nunca ha habido un accidente en el Cable Aéreo. El sistema es relativamente nuevo y ha sido muy útil para los manizalitas, ya que el recorrido más largo puede durar alrededor de seis minutos.

Parte 4: De paseo por la Catedral

-Esta catedral ha sido construida cuatro veces, porque tres temblores la han derrumbado.
(Guía turística de la Catedral Basílica Nuestra Señora del Rosario de Manizales, mientras nos encontrábamos a unos 50 metros de altura)

La meta era el Corredor Polaco, un pequeño mirador que queda en la torre central de la Catedral, a 102 metros de altura. Desde allá se puede observar toda la ciudad e incluso otros municipios de Caldas.

Para alcanzar dicho cometido, debíamos subir más de 400 escalones. En las distintas paradas, la guía nos explicaba la historia de la Catedral en cada una de sus reconstrucciones y nos permitía observar hermosos detalles como los vitrales que adornaban las paredes o las escaleras de madera que alguna vez sirvieron para subir hasta el corredor.

Camilo y Miguel tuvieron que subir con el abuelito porque sus madres se rindieron apenas en el segundo piso. El viejo, a cambio de acompañar a sus nietos al recorrido que ya había hecho muchos años atrás, exigió media botella de aguardiente para llevársela luego a su “noche de tangos”.

Los niños, ambos de unos 11 años, no dejaron de fotografiar cada cosa que pudieron. Desde arriba ubicaron el estadio y hasta sus casas, que a aquella altura se convertían en un punto de luz.

-Ustedes son muy de buenas, miren que el Nevado del Ruiz se está dejando ver hoy.
(La guía)

En efecto, a lo lejos se veía una montaña con un pico blanco. El famoso Nevado nos saludaba desde la lejanía.

-Esto sí ha cambiado mucho, eh Ave María. Cuando yo vine, cuando yo vine usted ni siquiera había nacido, esto era diferentísimo.
(El abuelo)

Una hora y media duró el recorrido. Vimos caer la tarde a 102 metros de altura, y aprendimos un poco de historia arquitectónica. Nos contaron que uno de los temblores dejó de cabeza al cristo que se ubicaba en la cúspide de la Catedral, y quedó sostenido solo por una varilla de hierro. El sacerdote de aquel entonces decidió arriesgar su vida y aventurarse a bajar el cristo, que medía cerca de seis metros de altura y del que hoy solo se conserva la cabeza.

Parte 5: La conquista de los frijolitos paisas

-¿Te comés una bandeja paisa?
-Sí.
(El profe y yo, antes de ordenar)

No podía dejar la ciudad de las faldas sin haber probado los famosos frijolitos paisas. De eso sí estaba segura. Tanto así que le pedí a un profesor mío, manizalita de nacimiento y de corazón, que en un acto caritativo me llevara a probarlos.

El restaurante elegido fue ‘El Zaguán Caldense’, en el centro de Manizales. Las ventanas de madera y el ambiente del lugar daban la sensación de que la comida la preparaban con la receta de la abuela, así que vi luz verde con el plato anhelado.

Ordené bandeja paisa, una cosa tan grande que me llenó con solo verla. Estuvo deliciosa. Perdoné a los fríjoles por todos los malos ratos que me han hecho pasar en mis 21 años y liberé todo el odio que les tenía, mientras saboreaba cada bocado.

Manizales me dejó un saborcito dulce en la boca. Quizás su planeación urbanística no sea la mejor, pero la calidad humana de su gente es excelente. Quizás no tenga muchas calles, pero todas, al menos todas las que vi, estaban perfectamente limpias. Quizás no tenga las mejores universidades del país, pero nunca falta una buena conversación en el Cable Aéreo, o en el bus, o en el taxi o en la calle.

Y así, uno va entendiendo por qué ese pasodoble le canta tan fervorosamente a “Manizales del alma, Manizales de ensueño”.