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miércoles, 22 de octubre de 2014

Graciela y su maravilloso mundo de mentiras

A Graciela le encanta mentir. Por lo general, la vida le parece demasiado aburrida para contarla tal y como es y prefiere agregarle todo aquello que salga de su imaginación.

Graciela inventa viajes, finge conocer personas y asegura haber vivido cualquier tipo de situación. Graciela se siente bien cuando su interlocutor parece creerle, y si no le cree pues no le importa: a fin de cuentas, la mentira ya salió de su boca y aquella historia fantasiosa tiene vida propia.

Graciela ya no recuerda qué es lo cierto y qué no lo es. Mezcla sus vivencias cotidianas con relatos imaginarios y luego olvida cuál es cada uno. Para ella, esta combinación se encuentra en un plano superior: la verdad según Graciela.

Graciela vive en el engaño, engaña a los demás. Es imposible tener una conversación con ella sin dudar de cada una de sus palabras, de cada una de sus historias. Para todo lo que le mencionan, ella tiene una vivencia construida, lista para salir a flote y convencer… quizás impresionar.


Graciela vive en otras dimensiones. A Graciela no le interesa este simple y llano universo sensible; ella busca algo más. Y ese algo solo se lo puede dar su maravilloso mundo de mentiras. A Graciela le encanta mentir. 

domingo, 19 de octubre de 2014

Infrinjo, luego existo


Escena repetida. En una estación del MIO en el norte de Cali, un par de estudiantes y un grupo de mujeres aprovechan el descuido del guarda de seguridad para pasar la registradora sin pagar el pasaje. Al ver la desfachatez con la que roban a su propia ciudad, lo que para ellos parece ser una magnífica y graciosa hazaña, les pido que por favor respeten y hagan las cosas de manera correcta. Como si les hubiera lanzado el peor de los improperios, me contestan que a mí no me importa y que no me meta en sus cosas.

Claro que me importa. Me importa saber qué está pasando en mi ciudad y cómo entre todos nos hacemos responsables lo que, de la mejor o de la peor manera, se ha puesto a disposición nuestra. Si tan solo esas personas entendieran que el pequeño daño que le hicieron al sistema con esa microacción puede devolvérseles multiplicado, hubieran optado por pagar el pasaje.

Si bien es cierto que la crisis económica y operativa que enfrenta el sistema de transporte masivo en Cali obedece a malos manejos en los altos rangos y quizás a un mal diseño con respecto a lo que realmente necesitaba la ciudad, los ‘fraudes’ ciudadanos la agudizan en tanto aumentan la cantidad de usuarios pero no los ingresos. El niño que cruza la calle corriendo e ingresa a la estación por la puerta de abordaje, la señora que devuelve la baranda y pasa por el ‘huequito’ para no pagar pasaje, el joven que se salta la registradora, el otro que pasa por debajo o el señor que vende pasajes y se lucra con la integración virtual entran directamente a hacer parte de la triste ecuación ‘más usuarios, menos dinero’, de la que se pude derivar otra consistente en ‘mayor demanda, menor efectividad’.

A principios de este año, Metrocali reportó pérdidas diarias cercanas a los $40 millones por la venta ilegal de pasajes[1].  A esta cifra se le debe agregar la diferencia entre las personas que entran a las estaciones o a los buses (por la registradora, claro está) y las que salen. La segunda cifra es bastante mayor.

Hace poco estuve en Bogotá y me di cuenta de que el panorama no es distinto. Todas las veces que monté en Transmilenio vi, como mínimo, a una persona que ingresaba ilegalmente a la estación.  Lo más desalentador es que la gente que ya está adentro, la misma que impide que la puerta cierre por el tumulto, les abre campo a los infractores para que puedan entrar sin obstáculo alguno. La falta de veeduría ciudadana es también una fuerte plaga
.

Por otra parte, es triste notar que la gente que infringe este tipo de normas no lo hace precisamente por falta de dinero sino porque, de cierta forma, pareciera obtener una gratificación personal al saber que ha ‘burlado al sistema’. Los estudiantes y las mujeres a los que vi ‘colándose’ en la estación Atanasio Girardot tenían la tarjeta en la mano y aprovecharon que el vigilante no estaba para ingresar sin pagar. Luego supe que este hombre se encontraba en la parte trasera del vagón reportando por radio a dos sospechosos que habían entrado, también sin pagar, por una de las puertas de abordaje. Inseguridad por doquier. Robos por doquier. Parece que el lema de muchos fuera ‘infrinjo, luego existo’.




[1] Fuente: http://www.elpais.com.co/elpais/cali/noticias/vea-medidas-metrocali-para-frenar-ventas-ilegales-pasajes-mio-cali
Imagen: http://diarioadn.co/especiales/galer%C3%ADas/las-peripecias-de-los-pasajeros-del-m%C3%ADo-en-la-estaci%C3%B3n-caldas-7.222839

jueves, 2 de octubre de 2014

Excentricidades de una plaza


No entendía muy bien por qué Marco Fidel me decía que yo era muy guapa. Era un poco más de medio día, ambos estábamos en la plaza de Caicedo y hacía un sol terrible. En mi desesperada búsqueda de un sitio con sombra para sentarme a descansar un rato apareció este hombre, con una enorme caja plástica llena de jugo de guanábana en leche y me ofreció un vaso para combatir el calor. Mientras yo disfrutaba de la maravillosa bebida, él empezó con sus halagos: “señorita, pero usted es muy guapa”, me repitió un par de veces. Al ver que yo solo le respondía con una sonrisa esquiva, optó por preguntarme que si sabía por qué me lo decía.

-¿Guapa? ¿Por qué?

-Porque… usted solita… y mire dónde está sentada. Esta es la zona de ‘ellas’.

Ese “ellas” de Marco Fidel me obligó a hacer un paneo corto del sitio. Bastó con que girara mi cabeza unos cuantos grados para darme cuenta de que la zona con sombra que había encontrado era el sitio de trabajo de las prostitutas de la plaza. Las vi ahí, con sus vestiditos diminutos, esperando a algún libidinoso que quisiera sexo a esa hora. Yo, por mi ubicación, parecía una más de ellas. El descuido me volvió a jugar una mala pasada. De no haber sido porque iba exageradamente formal, quizás hasta algún ‘cliente’ se me hubiera acercado. Qué horror.

Los empresarios de Caicedo

La puntualidad no es mi mayor virtud. Sin embargo, en esta ciudad de azares, donde un día uno se puede gastar una hora haciendo un recorrido que habitualmente dura 20 minutos y viceversa, llegar a tiempo puede surgir como una hermosa casualidad.

Tenía una cita a las 2:00 p.m. en el edificio Colpatria del centro y el MÍO se fue tan rápido que estuve ahí media hora antes. Mientras esperaba, decidí dar un paseo por la plaza de Caicedo. Lo primero que me llamó la atención fue un hombre hablando a todo pulmón: ofrecía boletas para la rifa de uno de los cuadros que pintaba en papel cartulina. No obstante, después de cada grito se quejaba en voz baja porque muy pocos le compraban; ‘nadie es profeta en su tierra’, decía con resignación, justo antes de emitir otro alarido. La rifa, que se hizo en ese mismo instante, se la ganó un señor que había comprado cerca de 15 boletas por $2000.

Más adelante, en otro pequeño rincón de la plaza, reposaba en el suelo un hombre cuya delicadeza para aplicar el betún con sus dedos en el zapato de otro captó mi atención de inmediato. El viejo tendría unos 80 años y por sus manos habrán pasado quizás cientos o miles de pares de calzado. Su forma de esparcir el betún es como un complemento de sus canas: reflejan experiencia. Su reto en ese instante era embellecer los zapatos viejos que tenía el cliente, y aunque no lo observé hasta que lo lograra estoy segura de que así lo hizo.

Continué mi camino porque un estruendoso discurso despertó mi curiosidad. Cerca al viejo embolador había un conglomerado de gente escuchando al ‘sexólogo’ de la plaza.

- ¿Ustedes creen que masturbarse es bueno? –preguntaba el hombre con un tono regañón-. Pues no. Cuando un hombre se masturba muy de seguido pierde neuronas, y las neuronas no se regeneran.

Además de este útil consejo, el sujeto aseguró que tampoco era bueno bañarse justo después de tener relaciones sexuales y otras cuantas máximas que no recuerdo. A su alrededor la gente se reía, quizás por burla o quizás por pena.

Tras este avasallador discurso opté por buscar un lugar son sombra. Ahí fue que conocí a Marco Fidel y a las puticas que estaban al lado mío, que justo en ese momento hablaban de un sitio donde la entraba costaba $10.000 y daban almuerzo (puede ser un club, no sé). Marco Fidel terminó dándome tres vasos de jugo por $500 y me compartió algo sobre su vida y su modelo de negocio.

Sentí que lo movió un sentimiento paternal y por eso me acompañó en el sitio hasta que me fui a mi cita. Durante ese tiempo me contó que trabajaba todos los días de 10:00 a.m. a 3:00 p.m. y que se vendía todo ese tarro de jugo.

Su negocio empezó en Venezuela hace cinco años y continuó en Colombia desde hace un mes que llegó. También se quejó del MIO y me recomendó el arroz chino que un compañero suyo vendía, a $2000 la caja. Se excusó porque a esa hora el jugo estaba ‘un poco aguado por el hielo’, y me contó que hace 30 años había sido locutor de Colmundo Radio.

Y así, después de repasar en mi mente esta simple y bella historia mientras ya me dirigía a mi cita, me di cuenta de que Marco, el embolador, el sexólogo y el pintor no son más que un hermoso ejemplo del rebusque, dela verraquera y de esas prácticas tan hermosas que van consolidando una cultura. El sol siguió siendo el mismo, pero en estas personas encontré algo que me refrescó el alma.


domingo, 2 de marzo de 2014

Disfraces, vergüenzas y otras travesuras



Hasta ahora, en los 21 años que llevo de vida, he conocido pocas cosas tan vergonzosas como disfrazarte de vaca cuando tienes nueve años, estudias en un colegio mixto y ya te gustan algunos compañeros de clase. Será imposible olvidarlo: fui la vaca de mi curso aquel 31 de octubre del año 2002. Me sentí mal, había muchos súper héroes y princesas, pero ningún otro animal además de mi hermano y yo, aunque él era un lindo perrito y apenas estaba en kínder.

Algunos años después, mientras esculcaba entre las hojas de un álbum fotográfico, descubrí que mi primer disfraz fue de una  fresa. ¿Qué gracia puede tener esa fruta roja y ácida representada por una tela  tosca sobre el cuerpo de una niña? Afortunadamente, según lo que me mostraron las imágenes, creo que fui feliz ese día con el ramo verde en mi pequeña cabecita.

No sé de dónde sacaba mi mamá esas macabras ideas para disfrazar a su primera y adorada hija, y lo peor de todo, no sé por qué se empeñaba en guardar todos mis disfraces para mostrármelos constantemente y recordarme aquellas vergüenzas. A pesar de todo, no puedo negar que sentí algo de tristeza el día que los vi por última vez, metidos en una bolsa de basura.

Sin tener en cuenta el inconveniente de todos los octubres y algunas otras penas que tiene cualquier cristiano, confieso haber vivido una infancia maravillosa: fui la niña preferida por haber sido la primera hija, nieta y sobrina. Todo cambió, como era de esperarse, cuando nacieron mis hermanos y me arrebataron algunos privilegios.

En mi adolescencia, debo aceptar, fui algo odiosa con mis compañeros del colegio, ¿pero es que yo qué culpa si siempre sacaba 10 en las evaluaciones y ellos no? A algunos les caía mal, aunque siempre me buscaban cuando necesitaban algo y yo, ignorando que no les agradaba, les ayudaba. Me decían “Jalisco” y yo odiaba ese apodo que me había puesto el profesor de español cuando una vez le dije que omitiéramos un tema del curso por su poca importancia, a lo que él me respondió: ¿Qué tal que un día estés en un concurso como “¿Quién quiere ser millonario?” y te preguntaran sobre esto? Yo, que no me quedaba callada nunca, le contesté que si pasaba eso yo usaba la ayuda de llamada al público y lo llamaba a él. “¡Ay, Jalisco!  Jalisco nunca pierde, y cuando pierde arrebata”, dijo con su voz ronca e hizo reír a todo el curso.


Me costó trabajo lograr que dejaran de llamarme así, pero después de algunos meses ninguno de mis compañeros recordaba aquel sobrenombre que me hacía sentir como la villana de una telenovela mejicana. Al profesor lo hice sentir mal durante un tiempo, o por lo menos esa era mi intención cuando le decía que dejara de tirar babas cuando hablaba y que los temas que nos enseñaba no nos iban a servir. Él hacía caso omiso a mis comentarios malintencionados y continuaba con sus clases. Al final me aburrí y olvidé la pena que me había hecho pasar, lo perdoné y lo empecé a querer. En realidad fue un buen maestro que me ordeñó el conocimiento durante varios años, tan bueno que me atrevo a decir  que sin sus enseñanzas se me hubiera dificultado narrar mis particularidades con los disfraces y algunas anécdotas del colegio.

viernes, 24 de enero de 2014

Los tesoros de la basura

Reciclando curiosidades

Si de algo está seguro Eison es de que un reciclador nunca tiene sueldo fijo. Hay días en los que el material que se recoge es tan poco que a cambio le dan unos mil pesos, así como otras veces pueden ganar muchísimo más, quizás 50 mil. Aunque han pasado dos años desde que Eison dejó el oficio de reciclador-recolector (los que van por las calles recogiendo material reciclable en sus carretas para luego venderlo en las bodegas) y ahora es el administrador de la Asociación de Recicladores de Cali, no olvida todo aquello que vivió durante los 27 años que recorrió la ciudad con la carreta apoyada en los hombros. No olvida, por ejemplo, el día en que la vida le dio un gran golpe de suerte.

“Yo iba por la calle, era un día normal.  Estaba haciendo mi trabajo cuando de pronto me encontré un dije con una virgencita como de este tamaño (unos 3 cm de diámetro), ¡y era de oro!”, comenta Eison, a quien sus compañeros apodan ‘Buñuelo’ por su problema de obesidad. Esta magnífica coincidencia le dejó  480 mil pesos de ganancia, que ya no recuerda en qué invirtió.

Sin embargo, la historia de Eison no es la única. Cada reciclador guarda en su memoria el objeto más curioso que se ha encontrado en la ‘basura’, así, entrecomillado, porque lo que nosotros botamos es lo que a ellos les permite vivir. Sin embargo, no todas las experiencias son tan agradables.

Don Buenaventura Montaño, un hombre negro de unos 60 años, dice entre risas que lo que más recuerda haberse encontrado es “un poco de caca de perro”. Algunos vecinos incautos mezclan las heces de sus mascotas con los desechos ordinarios y hacen que los recicladores se lleven sorpresas poco gratas cuando intentan rescatar material. No obstante, también recuerda que una vez se encontró 30 mil pesos, un billete de 20 y uno de 10, partidos en cuatro pedazos. “Los habían partido con sobre y todo, menos mal yo encontré todos los pedazos y luego los pegué con cinta, porque plata es plata”.

También resalta que uno de los mejores regalos de la gente es la ropa usada que le obsequian. “Mire, todo lo que tengo puesto hoy me lo dieron por allá en un condominio donde yo recojo el reciclaje. La ropa más bonita yo la guardo para fechas especiales”, dice mientras enseña su atuendo.

Luis Horacio Benavides recuerda con picardía aquella ocasión en la que se encontró un par de aretes de oro y los vendió en 680 mil. Su hermano Luis Alfonso no ha tenido tanta suerte, pues lo que más recuerda haber hallado son animales muertos dentro de las bolsas. “La gente bota ratas, gatos y hasta perros muertos, eso es muy común encontrárselo”, dice al tiempo que molesta a su hermano diciéndole que esos 680 mil “se los bebió”.

El ‘cochino’ oficio de salvar el planeta

En la Asociación de Recicladores de Cali nadie se escapa de tener un apodo. Esto lo hacen, quizás, con el fin de divertirse un poco después de las extenuantes jornadas de trabajo, que a veces sobrepasan las 12 horas recorriendo las calles en busca de material reutilizable. Más que por sus nombres, se conocen por ‘Shrek’, ‘Shrek 2’, ‘Llanta’, ‘Cólico’, ‘Buñuelo’, ‘Cochino’, entre otros.

Cochino. El hombre al que le dicen ‘Cochino’, que lleva unos 24 años en el reciclaje, aclara que su apodo es único en la Asociación pero no en las calles. Mientras ellos hacen su trabajo hay muchos ciudadanos, de esos a los que el reciclaje no les da la comida, que los llaman ‘cochinos’, ‘sucios’, ‘desechables’, ‘locos’, ‘drogadictos’ y otras palabras que bajan el ánimo de cualquier mortal.

“Lo que uno hace es no ponerle cuidado a eso porque sabe que está haciendo un trabajo honrado”, dice José Noel, el presidente de la Asociación, quien asegura que el reciclaje le cambió la vida. “Hay muchas personas, sí, que escarban las bolsas y dejan todo regado.  Pero esos no son recicladores, por lo menos no los que ya están asociados. Por eso es que la gente tiene que reciclar desde sus casas y entregar el material a los recicladores encargados de la zona, así evitan regueros”, añade.

Sin embargo, la conciencia ambiental sigue siendo poca. Tanto así que se denigra a aquellas personas que, con su oficio diario, le alargan la vida a la Tierra.

Reciclando curiosidades, segunda parte

De todas las historias, la de Jorge Encizo es quizás la más curiosa. “Le voy a contar algo, usted no me va a creer pero yo me he encontrado hasta fetos humanos en la basura”. A simple vista puede parecer crudo y escandalizador, pero en el fondo, sin querer entrar en un debate sobre el aborto, es la imagen de un país que se niega a dar el paso de garantizar interrupciones dignas de los embarazos no deseados, no solamente en las situaciones estipuladas por la ley sino todas aquellas veces que la madre, como ser autónomo y poseedor de derechos, no quiera que en su vientre continúe gestándose una criatura.

Don Jorge ha dejado los fetos ahí, en la calle, hasta que el carro de la basura pasa y los muele junto al resto de desechos orgánicos que recolecta.

Para contrarrestar esta poco agradable experiencia, Jorge recuerda la vez que se encontró un reloj Ferrocarril Antioquia y lo vendió en 2 millones 600 mil pesos.

Y así, para los recicladores, cada día trae sus sorpresas. Sorpresas en lo que se ganan, sorpresas en lo que les dicen y sorpresas en lo que se encuentran. En conjunto, todo esto hace parte de los tesoros de la basura.

lunes, 13 de enero de 2014

Memorias de cuatro días en la ciudad de las faldas


Parte 1: Tras la pista de los frijolitos paisas

-¿De verdad que no se ha podido comer unos buenos fríjoles?
- Sí, de verdad. ¿Cuándo me invita a su casa?
-(Risas) Cuando quiera, no es sino que diga y yo se los preparo.
(Una señora de unos 34 años y yo, en el Cable Aéreo de Manizales)

A mí nunca me han gustado los fríjoles. Los odio. De hecho, siempre que mi mamá prepara y me toca comérmelos, le sugiero que los licúe para que se puedan tragar más rápido y el sufrimiento sea menor. Sin embargo, los frijolitos paisas son tan famosos que despertaron mi curiosidad, y ya que estaba en Manizales no quise desaprovechar la oportunidad de probar un ‘plataíto’.

Llegué a la capital caldense un miércoles a medio día. Organizamos el equipaje en el hostal y salimos a buscar algo de almuerzo: fríjoles, por supuesto. El tiempo que el mesero se tardó en traer nuestro pedido lo aproveché, entre otras cosas, para rogarle a todos los santos que el almuerzo no me fuera a decepcionar, que los frijolitos estuvieran deliciosos… pero los santos como que también andaban de vacaciones.

No estaban tan feos como para que tragarlos fuera un sacrificio, pero tampoco cumplieron mis expectativas. Unas pepas secas y un poco duras, que de no ser por el rico pollo a la plancha que acompañaba el plato, hubieran sido recordadas como una muy mala experiencia.

Al día siguiente tuve miedo de ser engañada de nuevo. Ante la opción de pedir fríjoles o ajiaco, opté por el caldito rolo que tanto me gusta. Lo que recibí de la mesera fue más bien un caldo de papa, tan aguado como una changua. Mi amigo sí pidió frijolitos, pero su paladar tampoco se sintió a gusto con aquel plato. No me arrepentí de haber ordenado ajiaco. Bien dicen por ahí que “en el reino de los ciegos, el tuerto es el rey”.

Parte 2: Historias de pánico en el Cable Aéreo

-¿Y esto no se mueve cuando está lloviendo?
-Sí, a veces se tambalea pa’ los lados, pero no pasa nada
(Un hombre de unos 30 años y yo, a punto de abordar el vagón)

Además de un medio de transporte efectivo, el Cable Aéreo de Manizales es un atractivo turístico. Tiene cuatro estaciones en toda la ciudad porque aún no se ha culminado el proyecto, y es magnífico para divertirse en esas tardes en las que uno no tiene nada qué hacer.

Monté por primera vez el jueves en la tarde, y me di cuenta de que es un lugar perfecto para escuchar historias. Estaba aterrorizada porque justo antes de subirme al vagón se soltó un gran aguacero. Me imaginé, quizás, que un rayo podría partir una de las cuerdas y ocasionar un accidente. Con el corazón un poquito acelerado, di el paso que me llevaría a dar un paseo por el cielo.

El paisaje terrestre lo conformaban los techos de las casas del sur de Manizales. En determinado punto, los techos se convertían en eucaliptos alrededor de un río, el Río Chinchiná.

-Imagínese que hace poco ese río se salió y se llevó un poco de amanecederos que había por ahí.
-¿Y se murió mucha gente?
-No, menos mal que era domingo. Solamente se desapareció un señor, un vigilante. A él nunca lo encontraron.

Ese pedazo de bosque separa Manizales de Villamaría, un pueblito al sur de Caldas. El Cable Aéreo comunica estos dos lugares gracias a una línea que se inauguró a principios de este año y que permite ahorrarse cerca de 40 minutos de viaje en buseta, por los mismos 1500 pesos.

Parte 3: Historias de pánico en el Cable Aéreo – Capítulo 2

-Abuelita, ¿y usted es que tiene miedo que se me aferra?
-¿Miedo?, no. Al principio sí me daba, ahora ya no.
(Una niña y su abuelita, quien le estaba clavando los dedos en la pierna)

Monté en el cable por segunda vez el viernes en la noche. Antes de subirnos al vagón, supimos que el sistema estaba fallando porque se detuvo un momento. Arrancó de nuevo y nos montamos.

A mitad de camino, entre Manizales y Villamaría, una falla hizo que el vagón volviera a detenerse, pero esta vez encima de un gran vacío. Por el impulso que llevaba, se tambaleó un par de veces y causó pánico en sus ocupantes.

Este leve incidente, que se solucionó minutos después, fue el tema de conversación de ese día y el siguiente en los vagones del cable. Las veces que me subí el sábado no escuché otro cosa que no fuera esa.

-La semana pasada también se paró un rato. Una señora me preguntó “¿Usted lleva miedo?” y yo le dije que no. En la siguiente estación, ella fue la que dijo “Pues yo sí llevo miedo y me bajo aquí, hijueputa. Voy a tomar un taxi”.
(Un hombre de unos 50 años, recordando la tragedia de la semana anterior)

No obstante, nunca ha habido un accidente en el Cable Aéreo. El sistema es relativamente nuevo y ha sido muy útil para los manizalitas, ya que el recorrido más largo puede durar alrededor de seis minutos.

Parte 4: De paseo por la Catedral

-Esta catedral ha sido construida cuatro veces, porque tres temblores la han derrumbado.
(Guía turística de la Catedral Basílica Nuestra Señora del Rosario de Manizales, mientras nos encontrábamos a unos 50 metros de altura)

La meta era el Corredor Polaco, un pequeño mirador que queda en la torre central de la Catedral, a 102 metros de altura. Desde allá se puede observar toda la ciudad e incluso otros municipios de Caldas.

Para alcanzar dicho cometido, debíamos subir más de 400 escalones. En las distintas paradas, la guía nos explicaba la historia de la Catedral en cada una de sus reconstrucciones y nos permitía observar hermosos detalles como los vitrales que adornaban las paredes o las escaleras de madera que alguna vez sirvieron para subir hasta el corredor.

Camilo y Miguel tuvieron que subir con el abuelito porque sus madres se rindieron apenas en el segundo piso. El viejo, a cambio de acompañar a sus nietos al recorrido que ya había hecho muchos años atrás, exigió media botella de aguardiente para llevársela luego a su “noche de tangos”.

Los niños, ambos de unos 11 años, no dejaron de fotografiar cada cosa que pudieron. Desde arriba ubicaron el estadio y hasta sus casas, que a aquella altura se convertían en un punto de luz.

-Ustedes son muy de buenas, miren que el Nevado del Ruiz se está dejando ver hoy.
(La guía)

En efecto, a lo lejos se veía una montaña con un pico blanco. El famoso Nevado nos saludaba desde la lejanía.

-Esto sí ha cambiado mucho, eh Ave María. Cuando yo vine, cuando yo vine usted ni siquiera había nacido, esto era diferentísimo.
(El abuelo)

Una hora y media duró el recorrido. Vimos caer la tarde a 102 metros de altura, y aprendimos un poco de historia arquitectónica. Nos contaron que uno de los temblores dejó de cabeza al cristo que se ubicaba en la cúspide de la Catedral, y quedó sostenido solo por una varilla de hierro. El sacerdote de aquel entonces decidió arriesgar su vida y aventurarse a bajar el cristo, que medía cerca de seis metros de altura y del que hoy solo se conserva la cabeza.

Parte 5: La conquista de los frijolitos paisas

-¿Te comés una bandeja paisa?
-Sí.
(El profe y yo, antes de ordenar)

No podía dejar la ciudad de las faldas sin haber probado los famosos frijolitos paisas. De eso sí estaba segura. Tanto así que le pedí a un profesor mío, manizalita de nacimiento y de corazón, que en un acto caritativo me llevara a probarlos.

El restaurante elegido fue ‘El Zaguán Caldense’, en el centro de Manizales. Las ventanas de madera y el ambiente del lugar daban la sensación de que la comida la preparaban con la receta de la abuela, así que vi luz verde con el plato anhelado.

Ordené bandeja paisa, una cosa tan grande que me llenó con solo verla. Estuvo deliciosa. Perdoné a los fríjoles por todos los malos ratos que me han hecho pasar en mis 21 años y liberé todo el odio que les tenía, mientras saboreaba cada bocado.

Manizales me dejó un saborcito dulce en la boca. Quizás su planeación urbanística no sea la mejor, pero la calidad humana de su gente es excelente. Quizás no tenga muchas calles, pero todas, al menos todas las que vi, estaban perfectamente limpias. Quizás no tenga las mejores universidades del país, pero nunca falta una buena conversación en el Cable Aéreo, o en el bus, o en el taxi o en la calle.

Y así, uno va entendiendo por qué ese pasodoble le canta tan fervorosamente a “Manizales del alma, Manizales de ensueño”.