La vida se mantuvo un tiempo esquiva con Pipe y conmigo. Fuimos vecinos
un montón de años y tuvimos varios amigos en común, pero nunca nos encontramos. Nunca.
Tuvo que llegar un día del 2013 para que ambos coincidiéramos en
el camino, que aquella vez se disfrazó de cubrimiento periodístico. Y entonces al
ver a ese muchachito en medio de tantos periodistas cincuentones no pude
aguantarme las ganas de preguntarle para qué medio trabajaba. Yo era una joven
tesista de veintipoquitos que andaba detrás de una práctica en el periódico más
reconocido de la ciudad.
Por eso cuando me dijo que trabajaba en El País quise arrebatarle también el nombre a ver si me podía ayudar con algo, con
cualquier cosita: Andrés Felipe Becerra –me dijo- pero todos me conocen como
Pipe.
Pipe tenía que decir su apodo de entrada porque así se llama él
para todos en el trabajo. Y en la vida, creo. Tal vez su mamá le dijo Andrés
Felipe alguna vez para regañarlo, pero de resto todos pronunciamos con mucho
más cariño las cuatro letricas de su sobrenombre. Ahí, en ese encuentro
aparentemente casual, descubrimos que había muchas cosas que unían nuestras
vidas: el barrio, los amigos, la profesión.
Por esos días me dieron el sí en el periódico y empecé a trabajar
en mi primera sala de redacción. Entonces me daba mucha felicidad llegar todos
los días y verlo ahí. No sé por qué, pero sentía que me quería. Y que me quería
gratis, así, sin más. Que me apreciaba bastante, que le alegraba verme también.
Siempre lo saludaba y quedaba oliendo a él por un buen rato. Todavía me pasa.
En El País vi que la gente lo quería un montón, que era alguien muy especial. Y
que además escribía buenísimo.
Pipe es un gran tipo. Otra vez le pedí que recogiera unos
documentos firmados y, como éramos vecinos, los llevara hasta su casa para yo
ir por ellos en la noche. Pero resultó siendo tan mañoso que esa noche se fue
de rumba y me obligó a ir hasta el bar por ellos.
En ese momento pensé que quizás estaba enamorado de mí. Claro, yo
suelo pensar que todos los hombres están enamorados de mí, pero esa vez me
parecía bastante reveladora la
obligación de ir hasta allá por mis papeles… ¡además me pagó el taxi! Resultó
que la pasamos muy bien y que Pipe se portó como todo un caballero. Como
siempre, como lo ha hecho cada uno de los días desde que lo conozco.
Hoy, Pipe está cumpliendo un poco menos de 30 años. En realidad no
sé cuántos, no importa. Solo se me ocurre que una forma linda de felicitarlo es
compartiéndole todos estos recuerdos. Podría decirle, quizá, que lo quiero un
montón. Podría recordarle, tal vez, que bailar salsa es de las mejores cosas
que le salen. Podría confesarle, de pronto, que nunca lo he visto jugar fútbol
pero que algo me dice que es un Messi desperdiciado. Y que por aquí estoy yo
para cuando necesite un abrazo, que lo escuche, que le cuente cosas, que sea su
pareja de baile. Lo que sea. Lo que sea.