Cada vez que alguien me dice
‘perdone la molestia’ me pongo a pensar en si no sería mejor evitar dicha
molestia en vez de pedir perdón por ella, perdón que muchas veces se solicita
por anticipado. ¿Para qué va a hacer algo que sabe que me va a molestar? ¿Para
qué viene a joderme la vida después de esa frase sosa en la que pide perdón? ¿No
sería más fácil vivir sin molestarnos los unos a los otros?
Mi frase favorita para pedir
perdón es ‘Lo siento’, pero la uso siempre después de haber cometido la falla. Y
me parece bonita porque, cuando la pronuncio, todas y cada una de las veces, de
verdad siento lo que ha pasado y me parece que debo ofrecer disculpas por ello.
No por cortesía. No porque tenga que decirlo. De verdad lo siento.
Lo sentí una vez que le
pregunté a mi hermano menor cuál era la primera vocal, y justo cuando me estaba
respondiendo le arrojé confetis en la boquita. Al pobre lo agarró la tos y
lloró un momento, y yo me sentí como una completa basura. Lo sentí. Lo siento.
Lo sentí otra vez en la que
sostuve una mentira para evitar que echaran a un compañero del colegio. Él
había cometido una falta grave, pero yo me eché toda la culpa para protegerlo.
Al final tuve que decir la verdad y él se fue al año siguiente. Y yo lo sentí.
Sentí su ausencia, su vida que no sé qué camino pudo haber cogido. Lo siento.
Lo he sentido cada una de
las veces que he perdido amistades por mi ingratitud, porque me da pereza
llamar a la gente a preguntarle cómo está, porque estar pendiente todos los
días de los demás parece ser algo que no viene conmigo. Pero se han ido
personas magníficas. Lo siento.
Si un cirujano me abriera la
panza seguramente encontraría un montón de letras revueltas. Porque sí, es
cierto: me gusta tragarme las palabras. Pensarlo todo y luego no decir nada. Tomar
esa alternativa como respuesta a la creencia de que nadie me va a entender, a
nadie le va a importar lo que yo piense sobre el tema. Sobre cualquier tema.
Sobre los temas que involucran sentimientos y que hacen que dos personas se
unan y tengan en común algo más que la condición humana.
Pero a veces me dan ganas de
escribir, como ahora que estoy en una oficina comiendo dulce de guayaba con
semillas de girasol, y ahí dejo salir un poquito esas palabras que a ratos ya
me causan malestar estomacal. Hoy, que es uno de esos días que me saben a lo
menos agradable en la vida, de golpe se me ha ocurrido esto. Lo siento. Y si
viene a molestarme, es mejor que se vaya.