No entendía muy bien por qué Marco Fidel me decía que yo era
muy guapa. Era un poco más de medio día, ambos estábamos en la plaza de Caicedo
y hacía un sol terrible. En mi desesperada búsqueda de un sitio con sombra para
sentarme a descansar un rato apareció este hombre, con una enorme caja plástica
llena de jugo de guanábana en leche y me ofreció un vaso para combatir el
calor. Mientras yo disfrutaba de la maravillosa bebida, él empezó con sus
halagos: “señorita, pero usted es muy guapa”, me repitió un par de veces. Al
ver que yo solo le respondía con una sonrisa esquiva, optó por preguntarme que
si sabía por qué me lo decía.
-¿Guapa? ¿Por qué?
-Porque… usted solita… y mire dónde está sentada. Esta es la
zona de ‘ellas’.
Ese “ellas” de Marco Fidel me obligó a hacer un paneo corto
del sitio. Bastó con que girara mi cabeza unos cuantos grados para darme cuenta
de que la zona con sombra que había encontrado era el sitio de trabajo de las
prostitutas de la plaza. Las vi ahí, con sus vestiditos diminutos, esperando a
algún libidinoso que quisiera sexo a esa hora. Yo, por mi ubicación, parecía
una más de ellas. El descuido me volvió a jugar una mala pasada. De no haber
sido porque iba exageradamente formal, quizás hasta algún ‘cliente’ se me
hubiera acercado. Qué horror.
Los empresarios de
Caicedo
La puntualidad no es mi mayor virtud. Sin embargo, en esta
ciudad de azares, donde un día uno se puede gastar una hora haciendo un
recorrido que habitualmente dura 20 minutos y viceversa, llegar a tiempo puede surgir
como una hermosa casualidad.
Tenía una cita a las 2:00 p.m. en el edificio Colpatria del
centro y el MÍO se fue tan rápido que estuve ahí media hora antes. Mientras
esperaba, decidí dar un paseo por la plaza de Caicedo. Lo primero que me llamó la
atención fue un hombre hablando a todo pulmón: ofrecía boletas para la rifa de
uno de los cuadros que pintaba en papel cartulina. No obstante, después de cada
grito se quejaba en voz baja porque muy pocos le compraban; ‘nadie es profeta
en su tierra’, decía con resignación, justo antes de emitir otro alarido. La
rifa, que se hizo en ese mismo instante, se la ganó un señor que había comprado
cerca de 15 boletas por $2000.
Más adelante, en otro pequeño rincón de la plaza, reposaba
en el suelo un hombre cuya delicadeza para aplicar el betún con sus dedos en el
zapato de otro captó mi atención de inmediato. El viejo tendría unos 80 años y
por sus manos habrán pasado quizás cientos o miles de pares de calzado. Su
forma de esparcir el betún es como un complemento de sus canas: reflejan
experiencia. Su reto en ese instante era embellecer los zapatos viejos que
tenía el cliente, y aunque no lo observé hasta que lo lograra estoy segura de que
así lo hizo.
Continué mi camino porque un estruendoso discurso despertó
mi curiosidad. Cerca al viejo embolador había un conglomerado de gente
escuchando al ‘sexólogo’ de la plaza.
- ¿Ustedes creen que masturbarse es bueno? –preguntaba
el hombre con un tono regañón-. Pues no. Cuando un hombre se masturba muy de
seguido pierde neuronas, y las neuronas no se regeneran.
Además de este útil consejo, el sujeto aseguró que tampoco
era bueno bañarse justo después de tener relaciones sexuales y otras cuantas
máximas que no recuerdo. A su alrededor la gente se reía, quizás por burla o
quizás por pena.
Tras este avasallador discurso opté por buscar un lugar son
sombra. Ahí fue que conocí a Marco Fidel y a las puticas que estaban al lado
mío, que justo en ese momento hablaban de un sitio donde la entraba costaba
$10.000 y daban almuerzo (puede ser un club, no sé). Marco Fidel terminó
dándome tres vasos de jugo por $500 y me compartió algo sobre su vida y su
modelo de negocio.
Sentí que lo movió un sentimiento paternal y por eso me
acompañó en el sitio hasta que me fui a mi cita. Durante ese tiempo me contó
que trabajaba todos los días de 10:00 a.m. a 3:00 p.m. y que se vendía todo ese
tarro de jugo.
Su negocio empezó en Venezuela hace cinco años y continuó en
Colombia desde hace un mes que llegó. También se quejó del MIO y me recomendó
el arroz chino que un compañero suyo vendía, a $2000 la caja. Se excusó porque
a esa hora el jugo estaba ‘un poco aguado por el hielo’, y me contó que hace 30
años había sido locutor de Colmundo Radio.
Y así, después de repasar en mi mente esta simple y bella
historia mientras ya me dirigía a mi cita, me di cuenta de que Marco, el
embolador, el sexólogo y el pintor no son más que un hermoso ejemplo del
rebusque, dela verraquera y de esas prácticas tan hermosas que van consolidando
una cultura. El sol siguió siendo el mismo, pero en estas personas encontré algo
que me refrescó el alma.