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domingo, 19 de octubre de 2014

Infrinjo, luego existo


Escena repetida. En una estación del MIO en el norte de Cali, un par de estudiantes y un grupo de mujeres aprovechan el descuido del guarda de seguridad para pasar la registradora sin pagar el pasaje. Al ver la desfachatez con la que roban a su propia ciudad, lo que para ellos parece ser una magnífica y graciosa hazaña, les pido que por favor respeten y hagan las cosas de manera correcta. Como si les hubiera lanzado el peor de los improperios, me contestan que a mí no me importa y que no me meta en sus cosas.

Claro que me importa. Me importa saber qué está pasando en mi ciudad y cómo entre todos nos hacemos responsables lo que, de la mejor o de la peor manera, se ha puesto a disposición nuestra. Si tan solo esas personas entendieran que el pequeño daño que le hicieron al sistema con esa microacción puede devolvérseles multiplicado, hubieran optado por pagar el pasaje.

Si bien es cierto que la crisis económica y operativa que enfrenta el sistema de transporte masivo en Cali obedece a malos manejos en los altos rangos y quizás a un mal diseño con respecto a lo que realmente necesitaba la ciudad, los ‘fraudes’ ciudadanos la agudizan en tanto aumentan la cantidad de usuarios pero no los ingresos. El niño que cruza la calle corriendo e ingresa a la estación por la puerta de abordaje, la señora que devuelve la baranda y pasa por el ‘huequito’ para no pagar pasaje, el joven que se salta la registradora, el otro que pasa por debajo o el señor que vende pasajes y se lucra con la integración virtual entran directamente a hacer parte de la triste ecuación ‘más usuarios, menos dinero’, de la que se pude derivar otra consistente en ‘mayor demanda, menor efectividad’.

A principios de este año, Metrocali reportó pérdidas diarias cercanas a los $40 millones por la venta ilegal de pasajes[1].  A esta cifra se le debe agregar la diferencia entre las personas que entran a las estaciones o a los buses (por la registradora, claro está) y las que salen. La segunda cifra es bastante mayor.

Hace poco estuve en Bogotá y me di cuenta de que el panorama no es distinto. Todas las veces que monté en Transmilenio vi, como mínimo, a una persona que ingresaba ilegalmente a la estación.  Lo más desalentador es que la gente que ya está adentro, la misma que impide que la puerta cierre por el tumulto, les abre campo a los infractores para que puedan entrar sin obstáculo alguno. La falta de veeduría ciudadana es también una fuerte plaga
.

Por otra parte, es triste notar que la gente que infringe este tipo de normas no lo hace precisamente por falta de dinero sino porque, de cierta forma, pareciera obtener una gratificación personal al saber que ha ‘burlado al sistema’. Los estudiantes y las mujeres a los que vi ‘colándose’ en la estación Atanasio Girardot tenían la tarjeta en la mano y aprovecharon que el vigilante no estaba para ingresar sin pagar. Luego supe que este hombre se encontraba en la parte trasera del vagón reportando por radio a dos sospechosos que habían entrado, también sin pagar, por una de las puertas de abordaje. Inseguridad por doquier. Robos por doquier. Parece que el lema de muchos fuera ‘infrinjo, luego existo’.




[1] Fuente: http://www.elpais.com.co/elpais/cali/noticias/vea-medidas-metrocali-para-frenar-ventas-ilegales-pasajes-mio-cali
Imagen: http://diarioadn.co/especiales/galer%C3%ADas/las-peripecias-de-los-pasajeros-del-m%C3%ADo-en-la-estaci%C3%B3n-caldas-7.222839

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