A Graciela le encanta mentir. Por lo general, la vida le
parece demasiado aburrida para contarla tal y como es y prefiere agregarle todo
aquello que salga de su imaginación.
Graciela inventa viajes, finge conocer personas y asegura
haber vivido cualquier tipo de situación. Graciela se siente bien cuando su
interlocutor parece creerle, y si no le cree pues no le importa: a fin de
cuentas, la mentira ya salió de su boca y aquella historia fantasiosa tiene
vida propia.
Graciela ya no recuerda qué es lo cierto y qué no lo es.
Mezcla sus vivencias cotidianas con relatos imaginarios y luego olvida cuál es
cada uno. Para ella, esta combinación se encuentra en un plano superior: la
verdad según Graciela.
Graciela vive en el engaño, engaña a los demás. Es imposible
tener una conversación con ella sin dudar de cada una de sus palabras, de cada
una de sus historias. Para todo lo que le mencionan, ella tiene una vivencia
construida, lista para salir a flote y convencer… quizás impresionar.
Graciela vive en otras dimensiones. A Graciela no le
interesa este simple y llano universo sensible; ella busca algo más. Y ese algo
solo se lo puede dar su maravilloso mundo de mentiras. A Graciela le encanta
mentir.
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