A mí nunca me han gustado esos
eventos que alborotan a todo el mundo, regalan unas cuantas cosas, se terminan,
recogen las cosas y dejan todo despelotado. Me parece que son innecesarios y
que siempre la perturbación que causan es mayor a los beneficios que dejan. Y
es que claro: no es para nada agradable que uno esté por ahí tranquilo y que un
estruendo lo saque de ese estado, y que encima de todo vea a un poco de
pendejos emocionados, esperando a ver qué se pueden ganar por ahí.
El miércoles pasado hubo un evento
de estos en mi universidad. Empleados de Samsung armaron, desde el día
anterior, una estructura metálica enorme que servía para sostener una réplica
gigante del último celular que lanzaron al mercado. Cuando lo vi desde lejos,
parecía que este aparato estuviera en el cielo. Uno tenía que levantar la
cabeza y luchar con los rayos de sol que se chocaban con la retina para poder
observar semejante artefacto ahí suspendido, toda una deidad.
Al otro día, a eso de las 10:00am,
la fiesta comenzó. El celular gigante resultó estar lleno de papelillos plateados
y varias hojitas con premios: en una, solamente en una, estaba la noticia de
que se había ganado el celular (uno real, por supuesto). Con otras se obtenían
descuentos para comprar el aparato. De resto,
los papeles no hicieron más que alfombrar la plazoleta con basura.
Casualmente yo pasaba por ahí y
me quedé observando el espectáculo junto a dos trabajadores de la universidad.
Todos nos preguntamos qué era lo que sucedía y muy pronto nos dimos cuenta:
evidentemente la piñata ya se había roto porque los estudiantes se empujaban para
agarrar algún papel con premio. Fue algo increíble, ni si quiera en las piñatas
de niños, a las que uno iba con la ilusión de coger alguito y meterlo en la
bolsa que le tenía la mamá, y si no cogía nada se iba llorando de la fiesta, sucede
cosa semejante.
Lo que más extraño se me hizo fue
que el día anterior, mientras armaban la estructuras, me acerqué y tuve una
pequeña conversación con uno de los que ahí estaban. Me comentó que el evento lo
habían hecho en muchas universidades del país y que la Javeriana no había
puesto ningún problema. ¿Ningún problema?, -dije. -¡Pero si acá ponen problema
para todo! Hay ocasiones en las que uno
como estudiante tiene que hablar casi que hasta con el sumo pontífice para que
le permitan llevar a cabo algo.
A fin de cuentas, como dice el
conocido refrán, cada loco con su cuento. Que se estreguen el sudor, que se
agarren a golpes. Lo que sí me da rabia, a pesar de todos los atenuantes que
pueda tener, es que sean los aseadores de la universidad los que tengan que
limpiar el reguero después de que se termine todo. Lo sé porque me lo
confirmaron los trabajadores con los que hablé. Samsung se encarga de montar,
alborotar, regalar y desbaratar. De ahí en adelante, lo que suceda es problema
de la institución. ¿Que el piso quedó lleno de papelitos plateados? Bien pueda,
amigo aseador, traiga escoba y recogedor y disfrute de ese sol de mediodía.