Cuando medio abrí el ojito,
acostada en la camilla y con un pánico enorme, vi que el doctor se estaba
echando la bendición. Él, al sentirse descubierto, me confesó, con una
naturalidad de la que sería incapaz de dudar, que siempre se encomendaba a Dios
antes de iniciar cualquier procedimiento quirúrgico. Yo suspiré e intenté
relajarme un poco: “no va a doler, no va a doler. Lo puedo controlar, el dolor
es mental”.
Resulta que no tenía cuatro muelas
cordales sino cinco. Lo descubrió una odontóloga en la radiografía, cuando notó
la presencia una especie de alien
diminuto que estaba encima de la cordal superior derecha. Mi mamá dice que esa
calcificación obedece a la succión excesiva de líquido materno en mi etapa
lactante, es decir, que me salió otro diente por chupar tanta teta. Y yo le
creo, suena coherente. El problema, a fin de cuentas, no era la supernumeraria:
eran los estragos que las “muelitas del juicio” estaban causando en mi boca.
Había que sacarlas.
El doctor empezó con la de
arriba. Me sacaría tres y luego, en otra cita, las otras dos. Me puso la anestesia
en dos lugares con la promesa de que no dolería, aunque a mí me dolió hasta el
alma. Esperó un momento, pero cuando irrumpió con sus pinzas yo aún sentía
dolor. Sugirió aplicarme más anestesia y acepté sin pensarlo: prefería otro
dolorcito en el alma en vez de sentir cómo me arrancaban la muelita de las
entrañas. Cuando me chuzó, lo sentí todo. Efectivamente, la anestesia no me
había hecho suficiente efecto.
Encontrar un buen cirujano no fue
tarea fácil. Averigüé primero con una doctora y todo me salía, aproximadamente,
en 900mil pesos. El estómago se me retorció y preferí abandonar ese consultorio.
Fue la mejor decisión. Luego visité a otro y me hicieron de nuevo toda la
cotización: “te lo dejo… mm… todo, las cinco… en… mm… 650mil”. No estaba mal,
pero seguía siendo muy alto para el presupuesto de una estudiante. Después averigüé
con otra odontóloga que, aún con la radiografía en mano, no se dio cuenta de
que tenía una muela de más. Ay, ay. Si no notó algo tan evidente, corría el
riesgo de que hasta me confundiera las muelas y terminara sacándome las que no eran.
Acabé en el consultorio del doctor Villada, el cirujano elegido por haber
demostrado su profesionalismo en el diagnóstico y, más importante aún, por
haberme dado un muy buen precio para las extracciones.
Cuando el forcejeo comenzó,
empecé a gemir del dolor. Fue tanto mi lloriqueo que el odontólogo tuvo que
decirme que por favor hiciera silencio porque lo inquietaba a él. Hicimos el
trato de que yo solo me quejaría en caso de que me doliera, y ahí me di cuenta
de que lo mío eran ganas de joder: no sentía dolor alguno, solamente la impresión
de los movimientos. Con las mejores
intenciones, el cirujano me comentaba el procedimiento para que yo fuera
perdiendo los nervios: “ya te cogió la anestesia, ahora voy a introducir las
pinzas, voy a agarrar la muela”. Sin embargo, en un momento me confesó algo que
jamás deseé haber escuchado: “ahora voy a levantarte la encía” ¿Levantar la
encía? ¿Quién no se aterroriza cuando le anuncian que le van a levantar la
encía? Casi me desmayo. Logré soportarlo todo y salieron las dos primeras
muelas. El pequeño alien ya estaba
fuera de mí.
Me dejó sola un momento y lo que
más deseé fue ver a mi mamá. A ella no la habían dejado entrar que porque el
consultorio era muy pequeño. A pesar de que le rogué al doctor que le
permitiera pasar, le dije que no importaba porque ella era chiquita y le aseguré
que se acomodaría sin problema en cualquier parte, la respuesta fue negativa
siempre. Estaba yo ahí sola, tirada en una camilla, con la boca a medio cerrar
y un sabor a sangre que ya me estaba hostigando. De no ser porque me fascina
ese sabor a hierro, hubiera vomitado sin remedio alguno.
Momentos después, quizás unos 10
minutos más tarde, regresó el doctor Villada. Esta vez se alistaba para sacarme
la muela cordal inferior derecha, la que más me molestaba. Sus raíces estaban hacia
lados contrarios y esto complejizaba la situación. Gaza, pinzas y alicate: la
muela no quería salir. Abajo no me cogió muy bien la anestesia y en esta
ocasión no pude contener las lágrimas. Lloré tanto que, creo, la camilla quedó
empapada. El doctor no me puso cuidado sino que siguió con el procedimiento:
entre más rápido, mejor. No podíamos dejar que el poco adormecimiento que tenía
se pasara por completo. Yo, en la mente, le hacía promesas a mi muelita para
que saliera sin problemas: “Sal de ahí, chiquita, que te quiero conocer. Te
prometo que no te dejaré, estarás siempre conmigo. Apúrate que me estás
haciendo daño”. Por todas mis súplicas, creo, la muela se partió. El doctor la
sacó en dos partes y yo seguí llorando, pero de la alegría. Me cogieron los
puntos y se dio por terminada la operación. Estaba viva, eso era lo importante.
Viva y con tres muelas menos.
Lo último que me preguntó del
doctor, después de haberme parado de la camilla mojada y haber visto a mi madre
de nuevo, no se me hizo nada gracioso: “Bueno, ¿para cuándo programamos la
próxima cita?”. “Para nunca, doctor”, le grité en mis adentros. Pero como la
buena educación fue algo que me enseñaron desde chiquita, preferí decirle que
luego planeábamos eso. Muy bueno el doctor, pero ese tipo de dolores son poco
tolerables para mí. Guardé mis muelas en una servilleta, pero antes las observé
con detenimiento. Estaban asquerosas, llenas
de sangre y de tejidos blandos. Sin embargo, debía cumplirles la promesa que
les hice para que salieran fácil: que las iba a conservar siempre conmigo.
Linis, simplemente orgulloso
ResponderEliminarHola, la manera en la que escribes me gusta mucho, yo tambien tenia un blog, pero eso fue mas una tarea de clase que una vision de lo que enrealidad queria mostrar, pero siento que es de gran responsabilidad lo que haces y mas aun, mostrar la creatividad escribiendo desde cosas cotidianas y mostrarlas tan propias y que a todos nos puede llegar a interesar, porque a cualquiera nos puede pasar. Me alegraron tus escritos, Muchas gracias por permitir colocar mi mente en otro lugar y olvidarme de que a partir de mañana tengo parciales en la U.
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