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jueves, 2 de octubre de 2014

Excentricidades de una plaza


No entendía muy bien por qué Marco Fidel me decía que yo era muy guapa. Era un poco más de medio día, ambos estábamos en la plaza de Caicedo y hacía un sol terrible. En mi desesperada búsqueda de un sitio con sombra para sentarme a descansar un rato apareció este hombre, con una enorme caja plástica llena de jugo de guanábana en leche y me ofreció un vaso para combatir el calor. Mientras yo disfrutaba de la maravillosa bebida, él empezó con sus halagos: “señorita, pero usted es muy guapa”, me repitió un par de veces. Al ver que yo solo le respondía con una sonrisa esquiva, optó por preguntarme que si sabía por qué me lo decía.

-¿Guapa? ¿Por qué?

-Porque… usted solita… y mire dónde está sentada. Esta es la zona de ‘ellas’.

Ese “ellas” de Marco Fidel me obligó a hacer un paneo corto del sitio. Bastó con que girara mi cabeza unos cuantos grados para darme cuenta de que la zona con sombra que había encontrado era el sitio de trabajo de las prostitutas de la plaza. Las vi ahí, con sus vestiditos diminutos, esperando a algún libidinoso que quisiera sexo a esa hora. Yo, por mi ubicación, parecía una más de ellas. El descuido me volvió a jugar una mala pasada. De no haber sido porque iba exageradamente formal, quizás hasta algún ‘cliente’ se me hubiera acercado. Qué horror.

Los empresarios de Caicedo

La puntualidad no es mi mayor virtud. Sin embargo, en esta ciudad de azares, donde un día uno se puede gastar una hora haciendo un recorrido que habitualmente dura 20 minutos y viceversa, llegar a tiempo puede surgir como una hermosa casualidad.

Tenía una cita a las 2:00 p.m. en el edificio Colpatria del centro y el MÍO se fue tan rápido que estuve ahí media hora antes. Mientras esperaba, decidí dar un paseo por la plaza de Caicedo. Lo primero que me llamó la atención fue un hombre hablando a todo pulmón: ofrecía boletas para la rifa de uno de los cuadros que pintaba en papel cartulina. No obstante, después de cada grito se quejaba en voz baja porque muy pocos le compraban; ‘nadie es profeta en su tierra’, decía con resignación, justo antes de emitir otro alarido. La rifa, que se hizo en ese mismo instante, se la ganó un señor que había comprado cerca de 15 boletas por $2000.

Más adelante, en otro pequeño rincón de la plaza, reposaba en el suelo un hombre cuya delicadeza para aplicar el betún con sus dedos en el zapato de otro captó mi atención de inmediato. El viejo tendría unos 80 años y por sus manos habrán pasado quizás cientos o miles de pares de calzado. Su forma de esparcir el betún es como un complemento de sus canas: reflejan experiencia. Su reto en ese instante era embellecer los zapatos viejos que tenía el cliente, y aunque no lo observé hasta que lo lograra estoy segura de que así lo hizo.

Continué mi camino porque un estruendoso discurso despertó mi curiosidad. Cerca al viejo embolador había un conglomerado de gente escuchando al ‘sexólogo’ de la plaza.

- ¿Ustedes creen que masturbarse es bueno? –preguntaba el hombre con un tono regañón-. Pues no. Cuando un hombre se masturba muy de seguido pierde neuronas, y las neuronas no se regeneran.

Además de este útil consejo, el sujeto aseguró que tampoco era bueno bañarse justo después de tener relaciones sexuales y otras cuantas máximas que no recuerdo. A su alrededor la gente se reía, quizás por burla o quizás por pena.

Tras este avasallador discurso opté por buscar un lugar son sombra. Ahí fue que conocí a Marco Fidel y a las puticas que estaban al lado mío, que justo en ese momento hablaban de un sitio donde la entraba costaba $10.000 y daban almuerzo (puede ser un club, no sé). Marco Fidel terminó dándome tres vasos de jugo por $500 y me compartió algo sobre su vida y su modelo de negocio.

Sentí que lo movió un sentimiento paternal y por eso me acompañó en el sitio hasta que me fui a mi cita. Durante ese tiempo me contó que trabajaba todos los días de 10:00 a.m. a 3:00 p.m. y que se vendía todo ese tarro de jugo.

Su negocio empezó en Venezuela hace cinco años y continuó en Colombia desde hace un mes que llegó. También se quejó del MIO y me recomendó el arroz chino que un compañero suyo vendía, a $2000 la caja. Se excusó porque a esa hora el jugo estaba ‘un poco aguado por el hielo’, y me contó que hace 30 años había sido locutor de Colmundo Radio.

Y así, después de repasar en mi mente esta simple y bella historia mientras ya me dirigía a mi cita, me di cuenta de que Marco, el embolador, el sexólogo y el pintor no son más que un hermoso ejemplo del rebusque, dela verraquera y de esas prácticas tan hermosas que van consolidando una cultura. El sol siguió siendo el mismo, pero en estas personas encontré algo que me refrescó el alma.


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