Recuerdo que cuando estaba en cuarto de primaria,
mi compañera Ingrid Capote me quedó debiendo 400 pesos de una chocolatina que
le vendí y tuve que llevar a mi mamá al
colegio para que se los cobrara porque ella se negaba a pagármelos. Finalmente saldó
su deuda. Tendríamos unos nueve años y esa imagen ha permanecido intacta en mi
mente durante todo este tiempo.
Una de mis cualidades sobresalientes ha sido
siempre la buena memoria. Tengo presentes cosas tan aparentemente
insignificantes que cualquier persona hubiera podido olvidar al día siguiente.
Recuerdo que en la primaria le pegué una cachetada
a mi amigo Juan Gabriel porque él me golpeó la cara sin culpa. Sí, en serio fue
sin culpa. Y más allá del golpe, recuerdo que a mi amigo Juanga lo llamaba a
veces al 5524033, a Daniel y a Juliana les marcaba al 5586829 y a Camilo lo
ubicaba en el 5583852. Tal vez todos hayan ya cambiado de número, pero a mí no
se me olvidan sus teléfonos.
Recuerdo también el nombre de la mamá de un
profesor que mi amiga Diana reconoció como su primo en la universidad justo
después de que él se presentara ante toda la clase: “¿Jose Luis?, ¿Vos sos el
hijo de Dufai? ¡Yo soy tu prima!”. Estábamos en primer semestre, hace unos ocho años largos, y el nombre de la señora que ni siquiera conozco se me quedó tan
grabado como toda la escena que me hace reír cada que la traigo a la mente.
Recuerdo perfectamente lo que el profesor de
Ciencias Sociales me escribió en quinto de primaria una vez que no había hecho
una tarea. Recuerdo que a ese profesor lo quería mucho, muchísimo. Y que un día
vi en las noticias que lo habían metido a la cárcel por intento de extorsión.
Recuerdo que esa fue la primera vez que se me partió el corazón.
Recuerdo que mi hermanito a los cuatro años tenía
una novia en el jardín que se llamaba Emily. Recuerdo que cuando nació el
hombrecito a mí me pareció feísimo, pero que desde ese momento se convirtió en
la vida mía. Y luego Karen, que también era fea. Esos dos son la vida mía.
De esa misma época recuerdo todas las veces que,
por el patio, le grité a mi primo “enano”. Él era un par de años mayor que yo y
medía unos centímetros menos, por eso yo me sentía en la libertad de chantarle
semejante apodo tan poco alentador.
Recuerdo una vez en la que pasé días enteros
haciendo estrellas de papel para llenar una caja en la que metería un regalo
para un enamorado. Recuerdo al enamorado. Y a lo que olía.
Porque eso sí, hay muchos recuerdos que me han
entrado por la nariz. Recuerdo exactamente a qué huelen cada uno de los hombres
que han sido importantes en mi vida. Y hasta los que no. Por eso cuando otro
huele medio parecido me genera una especie de conflicto. Los olores son
irreemplazables.
Recuerdo otro día de mi infancia en el que estripé
un pequeño huevo pensando que era una pastilla de alcanfor que mi papá había
tirado en la terraza. Después de eso quedé con remordimiento varios días, me
sentía culpable de haber arruinado la vida de la torcacita que venía en camino.
Pero no todo es tan hermoso. Mi buena memoria a
veces me juega malas pasadas. Recuerdo perfectamente a cada persona cuyas
actitudes me han causado dolor, y recuerdo cuáles han sido esas actitudes. Los
desplantes, las mentiras, las malas palabras, los gestos anti-amor. Los
recuerdo tan bien que algunos me duelen cuando pienso en ellos.
Eso sí, hay algo en lo que inevitablemente me
falla la memoria y que no he podido combatir aún a mis 24 años: las marcas de
los vehículos. Para mí solamente existen dos tipos de carros: los que tienen
colita y los que no.
Por eso cuando un carro se vuelve importante para
mí, o más bien la persona que lo conduce, prefiero más bien aprenderme la
placa. Se me facilita más quedarme con esas tres letras y tres números que grabarme
la forma, el color, el modelo y todo lo demás por lo que la gente normal suele
distinguir los vehículos.
Y hay días como hoy en los que no quisiera
recordar. En los que quisiera olvidarlo todo, volver a nacer. Resetearme. No
recordar, no extrañar. Pero de seguro se me pasará pronto, recuerdo que ya me
he sentido así en otras ocasiones.
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