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lunes, 4 de marzo de 2013

La moda de las cabezas agachadas (II parte)


Hace varios años, para la editorial de una revista de mi universidad, escribí un artículo sobre una preocupación enorme que tenía en aquel momento: todos mis compañeros caminaban por los pasillos con sus cabezas agachadas, como si tuvieran la pena más profunda en su corazón. La conclusión de mi escrito era que, en realidad, nada de esto era cierto: lo que sucedía simplemente era que ya todos tenían Blackberry.


Hoy, casi dos años después, puedo darme cuenta de que la situación sigue intacta, incluso peor. No acostumbro a incluir datos externos en mis artículos, pero me llamó la atención encontrar una investigación cuyos resultados afirman que el 70% de los usuarios de Blackberry consideran que no son adictos a estos aparatos; no obstante, al mismo tiempo aceptan que no podrían vivir sin ellos. Aseguraron inclusive que sus celulares tenían un valor sentimental porque los acompañaban y los alejaban de la soledad.

Por esto y mucho más, la nomofobia (“no mobile-phone phobia”) sigue creciendo. Y  es que claro, ¿quién puede despegarse de un aparato que le permite entrar a internet, enviar/recibir correos electrónicos, descargar/escuchar música, tomar/editar fotografías, grabar videos, acceder a juegos maravillosos y hablar con infinidad de personas al tiempo? Si yo tuviera uno, de seguro viviría también con la cabeza agachada.

El problema son las dimensiones que ha alcanzado este fenómeno social. Cobra sentido aquí aquel dicho común que asegura que “todo en exceso es malo”, pues el uso constante de los smartphones ya es considerado una adicción comparable con la que generan las drogas, debido a las similitudes del perfil clínico de ambos adictos. Según un estudio realizado en la Universidad de Maryland, la mayoría de estudiantes experimentan un síndrome de abstinencia cuando están lejos de sus Blackberry, con síntomas como ansiedad y preocupación. Creo yo que en nuestro país no estamos lejos de esto, si es que no sucede ya.

Por otra parte, si bien es cierto que a todos nos encantan aquellas cosas que nos facilitan la vida, no es racional darle tanta importancia a un minúsculo aparato electrónico. Quizás este fenómeno se deba a que no estábamos preparados para tanta tecnología junta y nos dejamos deslumbrar por las maravillas que los smartphones nos ofrecen. Lo triste del asunto es que todo es mentira, no es más que una gran fantasía: los encuentros virtuales no se compararán nunca con los personales, ni las charlas por chat serán tan divertidas y sinceras como lo podrán ser en un encuentro de verdad, verdad.

Así pues, aquella “moda de las cabezas agachadas” de la que hablé en mi artículo de hace dos años sigue siendo algo muy evidente y preocupante. Saludos a todos los nomofóbicos a quienes se les acaba el mundo cuando se les descarga el celular, a quienes parecen morir cuando se quedan sin señal, a quienes se sientan en grupo y no despegan los ojos de la pantalla; saludos también, claro está, a todos aquellos que, como yo, se niegan a dejarse absorber por una caja inerte, llena de circuitos y resistencias, que puede obligarlos incluso a visitar a un psiquiatra. 

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