Hace varios días envié una
solicitud a los encargados de EL TIEMPO.COM para que me permitieran abrir un
blog con ellos. Escribí todo lo que me pidieron: título y descripción del blog,
perfil del autor, periodicidad de actualización, imagen de perfil y primer post
tentativo. Y con esa certeza descarada que caracteriza a los convencidos,
esperaba una respuesta afirmativa, si no el mismo día, por lo menos al día
siguiente.
Un día. Dos días. Tres días.
Nada. Como le pasó a El barco chiquitico,
“pasaron una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete semanas”. No hubo
respuesta alguna. Tal vez, pensé, no habían recibido el correo por cuestiones
de tráfico internáutico, así que
decidí enviar otro mensaje en el que solicitaba información: que lo que pasa es
que hace días… que no me han respondido… que me gustaría saber… que gracias por la atención… Y nada.
Segundo intento fallido.
Después de todo, me quedó ese
saborcito molesto que deja el hecho de sentirse ignorado. Como generalizar es
tan fácil, ahora solo tengo ganas de criticar la atención que brindan estos
grandes medios de comunicación a los escritores jóvenes e inexpertos que queremos
salir del anonimato y contactar a ciertos lectores que nos seguirán las pistas.
Si yo fuera una gran y reconocida escritora, lo más seguro es que no me vería
en la necesidad de pedir un espaciecito en EL TIEMPO.COM para publicar lo que
hago de cuando en vez.
A uno la mamá le enseña a
responder cuando le hablan, o por lo menos eso yo lo aprendí muy bien y sin
necesidad de correa. Lo que me molesta de los señores de El Tiempo es que ni
siquiera se hayan tomado la molestia de decir que no les interesaba mi
participación y que gracias. Probablemente me hubiera puesto triste por dos
horas y media, pero al menos hubiera tenido la seguridad de que atendieron mi
solicitud.
Como las cosas no siempre son
malas, y mucho menos en este país del Sagrado Corazón, la decepción que tuve
por esa respuesta nunca recibida se juntó con las ganas que tenía de seguir escribiendo
y de ahí nació un hermoso hijo al que decidí llamar Papaya partida. Y a este blog lo quiero más porque parar abrirlo no
tuve que pedirle permiso a nadie, ni siquiera al autor de la foto de la papaya
porque no tengo idea de quién la tomó (lo siento, la página estaba en chino,
literalmente). Serán todos bienvenidos,
pues, cuando quieran leer cosas que a nadie le importan, pero que a todos terminan
por interesarnos.
Y si los señores de EL TIEMPO.COM me buscan, les diré que ya
no… o, bueno: que lo voy a pensar.
M
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