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martes, 8 de enero de 2013

Fantasía de balcón en marzo

Y ella seguía ahí, cabalgando velozmente como quien huye de una batalla que amenaza con arrebatarle la vida. Yo la observaba desde el balcón de mi cuarto y me dejaba seducir por los dibujos que hacían sus rizos negros al ritmo del viento de aquella tarde de marzo. En ocasiones me sentía preso del desespero por no poder acudir a su rescate y ayudarla a escapar sin que sufriera ningún daño, pero al mismo tiempo sabía que estaba actuando de la mejor manera: nadie mejor que ella para completar aquella misión. Si mi intervención le arruinaba los planes, no iba a poder perdonármelo jamás.

Me estremecí aún más cuando pasó por el lado de aquel monstro con collar de cuero, que quiso derribarla del  caballo para comérsela de a pedacitos. Por fortuna, la princesa logró escapar y superar su mayor obstáculo. Sin darme cuenta, yo ya estaba sentado en la reja, preparado para saltar hasta el primer piso cuando el riesgo incrementara.

El sudor ya le recorría la cara y el barro se abrazaba a sus pantalones. La princesa de rizos negros seguía cabalgando con ímpetu, decidida a conseguir la victoria. Su bestia parecía inanimada, sin sentimientos. Corría siempre con la misma expresión y no se estremecía ni ante el más terrorífico ataque. Sin darme cuenta, ya estaba sudando yo también. Tenía el corazón acelerado y me estaba mordiendo las uñas, pero seguía bien agarrado del balcón.

De repente, en un pestañeo, la princesa pareció perder el equilibrio y se derrumbó inevitablemente: era el momento perfecto para mi intervención heroica. Vi el suelo demasiado lejos, así que preferí deslizarme por la baranda de las escaleras para llegar al primer piso. Salí a su rescate y me tropecé con la bestia tirada en el suelo, casi sin dolor, casi sin vida. No me detuve ahí sino que fui a salvar a la dueña de esos hermosos rizos de ensueño. Tenía un roto en su pantalón embarrado y le chorreaban unas goticas de sangre de la rodilla derecha. Nuestro pequeño French Poodle ladraba con vehemencia y hacía sonar la campanita que le colgaba de su collar de cuero. Agarré a la princesa en mis brazos y traté de calmar su llanto, pero mi esfuerzo fue inútil.

-¿Qué le pasó a tu hermana? –preguntó mamá, desesperada, desde la puerta.

-Tranquila, madre. Se cayó de su caballito de madera y se raspó la rodilla.

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