Vistas de página en total

jueves, 6 de diciembre de 2012

Hay que irse para poder volver


Recuerdo que hace exactamente un año regresé a Cali después de haber estado en Bogotá cuatro meses. Ni mis papás ni nadie de la familia sabían de mi regreso, así que acudí a un amigo para que me recogiera temprano en el terminal de transportes. Mi llegada se convirtió en un gran secreto.

Me sentí muy emocionada cuando recorrí de nuevo mi ciudad y hasta alegría me dio de ver al MIO agravando uno que otro trancón. Mi papá fue el primero que me recibió en casa con un abrazo suave y, creería uno, poco emotivo. Nada qué hacer: hombre poco expresivo. Subí con alegría los tres pisos para llegar a mi casa y encontré a mi mamá tomando su baño diario. Debí esperar hasta que culminara su rutina y, cuando salió de la ducha y me encontró ahí parada, no pudo evitar el grito y las lágrimas. Yo me asusté, debo aceptarlo. Nada qué hacer: mujer muy expresiva.

Cuatro meses atrás me había ido a estudiar a la capital. Conocí personas hermosísimas y pude vivir, en carne propia, eso de que los amigos se vuelvan hermanos. Durante toda mi estadía lejos de casa comprobé la certeza de aquella ilustre frase de mi sabio padre: “cuando uno no está es que lo extrañan”. Y sí, extrañaba a mis familiares y amigos, incluso a aquellos que no soportaba antes.

La casa en la que me hospedé quedaba, por cálculos matemáticos simples, a más de 100 cuadras de la universidad. Para colmo de males, de martes a viernes iniciaba clases a las 7:00am. Madrugué como nunca antes y aguanté frío como un verraco, porque no me gusta el agua caliente. Soporté también, cada mañana, la respiración en mi cuello de la gente que iba apiñada en el Transmilenio, que por cierto no tenía aire acondicionado. Además, y esto sí que es un secreto de Estado que acaba de morir para ser público y publicado, desarrollé mis más bajos instintos y, en ocasiones, hice un uso descarado de la comida de la familia con la que vivía. Nada qué hacer: niña de estómago grande.

Todo lo vivido, cual libro de superación personal, me ayudó a crecer enormemente. Muestra de esto fue mi cumpleaños número 19, que tuve que pasar lejos de casa. Además, pude conocer a personas importantes que al menos me servían para aterrar y despertar la envidia de uno que otro compañero de Cali. Lastimosamente las cosas no tuvieron un final perfecto, como había sido todo lo hasta ahí vivido.

El día sábado 4 de noviembre de 2011, mi amiga-hermana-housemate María del Mar me invitó a una fiesta en casa de su novio. Además, irían su hermana y otra gran amiga. Como era de costumbre, sus papás no le iban a dar permiso, así que decidió inventar una de sus famosísimas mentiras: nos quedaríamos en casa de su mejor amiga, en una especie de “noche de niñas”, después de una pequeña celebración.

Y así como la famosa canción de Sabina, “nos dieron la una, las dos y las tres” y la fiesta aún continuaba. Mientras María le hacía justicia a su borrachera con actos incoherentes a cada instante, mis otras dos amigas y yo resolvíamos acertijos en la cocina. Llegó el momento de dormir y todos caímos en un sueño profundo… bueno… casi todos.

Nos levantamos al día siguiente y, mientras nos alistábamos para regresar a casa, entró la única llamada capaz de arruinarlo todo: en la pantalla del celular de María decía “papá”. Se le dijeron varias mentiras que él no creyó y, después de un día de discusiones y lloriqueos, terminé “de patitas en la calle”. Con mucha valentía, agarré mis enormes maletas y decidí iniciar aquella aventura: regresaría a casa sin tener nada preparado y sin que ningún familiar lo supiera. Eso fue un domingo hace 365 días.

Llegué al día siguiente con algunas partes del cuerpo adoloridas por la posición que mantuve en el bus. Ese día sentí que recuperé todo y lo valoré como nunca antes: pude sentir de nuevo y en vivo el amor de mi familia, la tranquilidad de mi hogar, el calor deliciosito de mi ciudad, la amabilidad de la gente y el cariño de mis amigos. Además, saboreé de nuevo la comida hecha en casa y mi colchón me pareció tan maravilloso como nunca antes. En ese momento, después de pensar en todo lo que había vivido, aprendido, sufrido y disfrutado, me di cuenta de que hay que irse para poder volver.

*Imagen tomada de http://mividaentacones59.blogspot.com/2012/05/regreso.html

2 comentarios: