Al final, terminé por aceptar que
ese sueño terrible sería parte, lo quisiera o no, de aquella noche de diciembre.
Lo soñé con todas las ganas y me desperté cansada de tanto trabajar. Me
fastidia que la rutina se me meta en los sueños. Ya la imaginación y el
subconsciente no me dan para viajar de noche a otros lugares o vivir cosas
fantásticas y maravillosas, sino que me tienen ahí, vendiendo zapatos… o, tal
vez, soñar eso ya hace parte de mi rutina del momento.
Esto de trabajar en temporada sí
que es cosa seria. El hecho es que durante el día sí debo hacerlo de verdad,
verdad: buenas tardes, bienvenido. ¿Busca
algo en especial? ¿Le gusta así? Pensamiento
que se cuela: estos no van a comprar nada.
¿De qué color lo buscaba? Si
gusta, puede medirse este. Claro, bien pueda siga y se sienta. Le voy a pasar
el derecho. Sensación que aflora: ¡GAS! Tiene
pecueca. ¿Cómo lo siente? Se le ve muy bonito. Tenga
en cuenta que eso le cede. ¿Le traigo otro número? Mídaselo en este color para
comprobar la talla. ¿Sí lo siente mejor? ¡Claro, le horma más bonito! Mente que no se calla: eso le queda muy
ancho. Mire, le trajo el otro. Ah, ¿vuelve
más tarde? Bueno, aquí lo espero. Hasta luego. Con mucho gusto. Idea irreprimible: ¡Puta vida!
Y entonces llega otro cliente y
se repite la rutina: Buenas tardes,
bienvenido. No, no. Hay que cambiar:
Bienvenido, buenas tardes. Y sucede una, dos, diez, quince y muchas veces
más. Y se me cansan los pies y me duele la espaldita. Y salgo muy tarde y me
monto en el MIO y me vengo a mi casa y como algo rápido y pierdo tiempo en
internet y me acuesto a dormir y me
sueño que vendo zapatos. Y me doy cuenta de que me he vuelto automática.
T
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