Siempre
supe que era un juego. Un juego que, como todos los demás, tendría un único
ganador y otro corazón destrozado por no haber logrado la victoria. Acepté
jugar y te besé esa noche. No me importaba que en tu boca estuvieran frescas
las babas de ella, la mujer engañada. Dejé que me abrazaras y metieras tu
lengua hasta mi garganta. Te besé deliciosamente, con los ojos cerrados y con
el corazón más acelerado que de costumbre. Tu voz me acompañó toda la noche,
pero ahí sí desde lejos. Sonabas en mi cabeza y me robabas sonrisas infantiles,
recordaba tu boca y me hacías morder los labios, recordaba tu olor y me hacías
respirar más fuerte con el inútil deseo de encontrarte por ahí, en algún
pedacito de aire. Veía por fin los frutos del amor que había empezado a sembrar
unos meses atrás. Eras uno de mis sueños que se hacía realidad, una ilusión que
se fortalecía con cada beso y un miedo inmenso de morir cuando te viera cogido
de su mano.
Te
regalé uno de los momentos más lindos de mi vida: a ese viaje no hubiera ido
con cualquier persona. Pasé una semana
deliciosa a tu lado lejos de todos, lejos del mundo, lejos de ella. Amé
quererte cada noche y que te pasaras en puntitas a tu cuarto cuando empezaba a
amanecer; amé conocer tus mañas y recorrer contigo esa ciudad que no conocía.
Despedirme
fue difícil. Prometí reiniciar mi mente apenas nos separáramos y volviéramos al
otro mundo, a ese en el que solamente nos conocíamos y yo debía saludarte con
amabilidad así estuvieras con ella. Me robaste lágrimas de nostalgia en mis dos
horas de viaje. Sé que tú también me extrañabas, eso no lo dudo. Al siguiente
día te vi de nuevo en nuestro otro mundo y fue difícil sentir tu olor y saber
que ahí ya no podía abrazarte, ahora era ella la única que podía hacer eso.
Tuve
días muy confusos. Te extrañaba así te viera a diario, maldecía nuestro amor de
verano que, como todos los amores de verano, se había acabado cuando se terminó
el verano, continuaba pensando que mi única certeza era que te quería y, al
mismo tiempo, empezaba a formarse en mí un veneno que me llevó a sentir lo que
siento hoy cuando te pienso.
Es
una lástima saber que no eres ni la mitad de lo que yo creía. Tu honestidad y
transparencia no son más que una mentira que se disimula con tu carita coqueta.
Tu fortaleza es solo cobardía y tu egolatría no es más que un sentimiento
profundo de soledad y miedo. Fuiste fuego y ahora no eres más que cenizas que
se barren con escoba; fuiste oxígeno y después de respirarte no eres más que
dióxido de carbono. Fuiste verdades y ahora no eres más que mentiras, las
mentiras que solo te cree ella, la mujer engañada.
Te
dije que lo único que quería que pasara de ahí en adelante era, si acaso, que
nos diéramos besos de vez en mes. No era justo con ella, así también
compartiera sus babas con muchas otras personas. Como recién señalado por una
varita mágica, cambiaste totalmente tu actitud conmigo. Ahora parecía que fuera
un contacto más en tu Facebook, solo eso. Me dolió, debo aceptarlo, pero ahora
es para mí para quien eres solamente eso: un contacto que puede estar conectado
o desconectado, no importa cuál.
A
pesar de todo, te quiero. Te quiero no sé por qué, te quiero aún sabiendo que
no vales la pena. Te quiero incluso cuando te veo con ella, pero ahora no te
quiero con tanto amor sino con veneno. Eso es, no se me ha podido ocurrir algo
mejor: te quiero con todo mi veneno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario